domingo, 26 de febrero de 2012

¿Por qué la izquierda tiene tanta aceptación social?




El regreso de la izquierda

A pesar del estrepitoso fracaso del comunismo mundial regentado por la URSS durante más de 70 años, hasta la caída del muro de Berlín el 10 de noviembre de 1989 con el consiguiente colapso de la Europa del Este, y pese al desprestigio absoluto en el que hoy sobreviven vergonzosos regímenes de miseria y opresión como Cuba y Corea del Norte, la izquierda en Latinoamérica se mantiene imperturbable. Peor aún, parece crecer y fortalecerse con nuevas versiones que apenas disimulan su entusiasmo por el socialismo. Aunque en el plano formal son regímenes que surgieron de los votos gracias a una democracia debilitada y desvirtuada por la demagogia populista, se trata de líderes de izquierda que mantienen el mismo mesianismo y delirio de los tradicionales dictadores comunistas de antaño. Desde luego, tampoco ocultan su admiración por el déspota cubano Fidel Castro, a quien van a rendirle pleitesía cada vez que pueden. Además predican abiertamente un neosocialismo, quizá menos violento y rígido pero igual de autoritario y controlista que el trasnochado modelo soviético. ¿Cómo es posible explicar el retorno remozado de un modelo tan nefasto y fracasado?

Más allá del discurso clientelista y la cosecha de votos prácticamente comprados a base de ayudas directas e indirectas a los sectores populares, hay un amplio segmento de jóvenes que cae fácilmente embelesado con las ideas de izquierda. Se trata pues de un fenómeno social que carece de sustento en la realidad de los resultados, además de las evidencias históricas. Es decir, no hay razón alguna para creer en ellas. Más aún, hay razones para detestarlas, pues todos los regímenes de izquierda hacen gala de autoritarismo procaz, arbitrariedad, intolerancia, confrontación y abuso contra la empresa privada, y coerción de la libertad de expresión. Entonces no cabe duda alguna de que este respaldo popular y juvenil nada tienen que ver con los resultados económicos y sociales que muestran las diversas izquierdas latinoamericanas. Debemos buscar la explicación en otro lado. Esto es lo que nos proponemos hacer a continuación.

¿Por qué el discurso de izquierda tiene tanta acogida popular y juvenil? Es un hecho ya comprobado por la ciencia cognitiva que la conducta cotidiana de la gente tiene muy poco de racionalidad. Es decir, no se sustenta en evidencias sino en creencias. Por lo general las conductas tienen su fundamento en emociones, ilusiones y expectativas diversas, todas ellas muy alejadas de la razón y la lógica de un pensamiento coherente fundado en conocimientos, experiencia y datos de la realidad. Algo de esto tiene que explicarnos la amplia acogida de los discursos de izquierda.

Nuestra tesis apunta al hecho de que el discurso de izquierda se parece mucho al discurso religioso, en el sentido de que se trata de un mensaje fácil, al alcance de todos, que ofrece una explicación simple y eficaz de la vida, y que proporciona diversas ventajas, como veremos luego. Pero además, el discurso de izquierda nos promete la salvación y la redención, es decir, el paraíso. Y lo mejor de todo: ¡sin esfuerzo alguno! El paraíso ofrecido por la izquierda es un lugar en el que solo se goza y se reciben los beneficios del sistema, mientras reina la justicia y la igualdad, y donde todo será dicha y felicidad. Tiene que ser así porque de lo contrario carecería de sentido criticar a este mundo. El paraíso de la izquierda es un nuevo mundo donde se han superado todos los males. Evidentemente se trata de una quimera, una utopía, un espejismo que exige ciertas características mentales para creer en él. Se trata pues a todas luces de una estafa intelectual de la misma calidad que todos aquellos que nos ofrecen panaceas para el dolor y la mala suerte y otra clase de cosas fabulosas. Ciertamente hay gente que cree en ellas.

El discurso de izquierda, aún con todo su despliegue de cientificismo marxista, no pasa de ser una gran estafa intelectual, una carnada para cierto tipo de mentalidades. Deberíamos acaso ser indiferentes con él, tan igual como frente a otros tipos de estafa, tales como el chamanismo y el esoterismo en todas sus formas. Pero lo peligroso de la izquierda es que suele cobijar a creyentes fanáticos que odian al mundo y su "injusto sistema", y están dispuestos a volarlo todo en mil pedazos para construir un Nuevo Orden Universal, un paraíso que exige incluso un nuevo tipo de seres humanos. Construir este paraíso socialista solo puede lograrse por la fuerza y, a menudo, mediante una violencia genocida que es plenamente justificada por sus nobles ideales. Debemos pues analizar con cuidado este fenómeno de la izquierda que va desde el romanticismo de unos cuantos jóvenes ilusos, hasta la vesania de alienados que apelan a todo tipo de violencia social, incluyendo el terrorismo. Veamos sus características paso a paso.


Explicación de la vida

En principio, las tesis de izquierda presentan un mundo definido como "injusto". Esta injusticia radica en la desigualdad. Desde luego, se trata de una tesis gratuita. La desigualdad no tiene que significar injusticia per se. Pero dejemos esto por ahora. El caso es que nos muestran un mundo que es malo por naturaleza. Por lo tanto nos plantean una meta que es trasformar el mundo imponiendo una justicia, la cual está basada en la igualdad. Obviamente, tal propósito es imposible de alcanzar si no es por la fuerza, de modo que hay allí una invitación y justificación implícita hacía la violencia, tanto en su forma de estrategia política para alcanzar la utopía, así como en su estilo de gobierno para garantizar que la condición de justicia sea un estado permanente. Sin embargo, la gente que simpatiza con la izquierda generalmente no se percata del componente implícito de violencia y coerción que significa pretender imponer un modelo de justicia. Simplemente persiguen la utopía de la justicia, que es muy similar a la justicia divina; es decir, nadie sabe en qué consiste exactamente pero cada quién se imagina lo que prefiere, y al final acaba siendo la voluntad del dictador de turno que actúa como un gran Dios benefactor.

El "mundo injusto", desde la visión de la izquierda, es el resultado de un diseño malvado efectuado por unos poderes oscuros que manejan el mundo. Esta estructura injusta del mundo no tendría otro objetivo más que el de asegurar los beneficios de aquellos sectores poderosos en perjuicio de otros. La prueba evidente de esto, dicen, es que hay unos cuantos pocos ricos y una gran mayoría de pobres. Lo curioso de esta tesis es que los ricos y los pobres son consecuencia de una estructura del mundo, diseñada así por quienes se favorecen de él, es decir, los ricos. No tiene mucho sentido esto. Haría falta un creador anterior para que la idea calce. Además hay pruebas de que esto no es así; pero a la izquierda le tienen sin cuidado las pruebas, evidencias y hechos del mundo real. Ellos desprecian la realidad y creen tan solo en su doctrina. Con ella la izquierda nos señala a nuestros enemigos, los demonios que controlan el mundo. En suma, para alcanzar la "justicia social" debe lograrse una igualdad social, cuyo único camino es combatir a esos demonios que controlan el mundo y, desde luego, eliminarlos.

Es una explicación tan simple y eficaz de la vida que cualquiera puede entenderla. Su tesis básica es que el mundo está mal y debe ser destruido para edificar un nuevo mundo mejor y más justo. No importa cuantas palabras, páginas o libros enteros se utilicen para expresar esta tesis. Al final es la que acabamos de sintetizar en una sola línea. La ventaja de ser una tesis simple hace que pueda distribuirse fácilmente añadiéndole el grado de retórica que el caso requiera. Por ejemplo, los enemigos y agentes del mal pueden ser los EEUU, los empresarios, la oligarquía, las trasnacionales, el FMI, las compañías mineras o cualquier otro que convenga a la ocasión. Incluso nosotros mismos pasamos a convertirnos en "agentes de la CIA" o "lacayos del imperialismo". Cualquier entidad que ocupe una posición de poder es un enemigo natural de la izquierda, para quienes solo el Estado debe tener el poder. Con este discurso que identifica a los "enemigos del pueblo" gozan de una gran receptividad debido a que la estructura mental de la gente está ya preparada para esta clase de fórmulas explicativas gracias a la religión. Ambos, izquierda y religión, apelan a las mismas estrategias y ofrecen casi la misma explicación de base: vivimos en un mundo malo, rodeados de pecado y gobernado por el Mal, con tentaciones que nos hacen pecar porque somos carne débil. Es necesario rechazar este mundo del mal y aspirar al paraíso procurando santidad. La religión católica, en particular, ha preparado las mentes con su discurso de rechazo a las riquezas de este mundo y su apología de la pobreza. ("Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos"). Con este discurso queda claro quiénes son los demonios a los que debemos odiar y combatir, y quién es nuestro Dios y salvador.

Si bien no existen pruebas de que el paraíso religioso no existe, en cambio tenemos pruebas numerosas y definitivas de que el paraíso socialista es imposible. Todos los intentos por alcanzar la tan añorada igualdad han fracasado sin excepciones. No hace falta siquiera intentar la construcción de semejante disparate. Basta con el conocimiento científico del ser humano y sus sociedades. Sin embargo se han hecho diversos intentos por construir ese paraíso socialista, consiguiendo invariablemente llevar al fracaso a sociedades enteras, no sin antes conducirlos por un camino de padecimientos atroces como jamás se han visto en la historia de la humanidad, incluyendo esclavización y genocidio bajo regímenes donde los seres humanos pierden todo vestigio de su condición humana. Según la experiencia histórica de la izquierda, la igualdad solo se consigue llevando a todos a la miseria; aunque al final siempre existe una desigualdad porque hay un sector social privilegiado que es el de la gigantesca burocracia comunista. Esa sociedad "igualitaria y justa" de la izquierda se impone a costa de otros vicios que envilecen a la sociedad de peores formas, tales como la ociosidad, el conformismo, la falta de motivación, la degradación social  y la corrupción. Es una sociedad donde se ha eliminado el factor de la competitividad individual, por tanto carece del motor que moviliza a las naciones hacia el progreso.

A pesar de todos sus fiascos históricos, sus resultados nefastos aún visibles, y a la comprobada falsedad de sus tesis, la izquierda sigue siendo una idea muy atractiva para millones de personas. Obviamente nada es más eficaz que una promesa de salvación: pero hay todavía otros factores.

Una mentira muy repetida se hace verdad

Toda afirmación, correcta o no, repetida muchas veces tiende a establecerse como una verdad. Aunque esto no es una estrategia diseñada por la izquierda sino más bien una característica negativa de la comunicación humana, ha sido aprovechada perfectamente por manipuladores como Joseph Goebbels y el comunismo mundial. Esto es lo que ocurre con la falacia según la cual toda desigualdad es una injusticia. Se ha repetido tanto esta falacia que ya parece verdad. Cualquier análisis simple de este axioma de izquierda revela su total falsedad. Pero se repite tantas veces que ya ha pasado a formar parte del discurso positivo de la política correcta. La tesis de que la desigualdad social es sinónimo de injusticia se ha repetido tanto que ha llegado a afectar la lógica común y hoy es parte del raciocinio colectivo. Pero es una falacia.

El ser humano se caracteriza por su diversidad, como es fácil comprobarlo a simple vista. Una sociedad está compuesta por personas, y las personas somos diferentes. Hay quienes tienen mayores ambiciones, quienes pueden obsesionarse con un objetivo, existen los que emprenden proyectos y los que no, están los que ahorran y los que no, existen aquellos que se arriesgan y los que no, etc. Hay pues diversidad de personas y el resultado de sus vidas está en función de sus particularidades como individuos, de su coyuntura social y, por último, de sus decisiones o la falta de ellas. Por lo demás el mundo está gobernado básicamente por el azar, por circunstancias aleatorias que nadie puede controlar, que están más allá de cualquier poder, y que garantizan el dinamismo y la diversidad de la existencia. Es pues materialmente imposible que cada persona tenga la misma suerte y el mismo destino. En la realidad cada quien tiene el producto de su esfuerzo, de sus decisiones y de otros factores completamente aleatorios. No dependen de ningún "diseño del mundo" ni de un destino forzado. Por tanto, afirmar que la desigualdad que presenta el mundo de los humanos es "injusto" no pasa de ser más que una forma de manipulación mental y fruto de un raciocinio sumamente pobre. En realidad este famoso axioma de izquierda se adopta solo por costumbre social y convencimiento forzado, a base de repetirlo y repetirlo. Pero es un disparate.

En un sistema donde prevalece la libertad, que es el mejor bien que puede tener el ser humano, y donde además las garantías de respeto al fruto del trabajo individual están dadas, no es factible esperar ningún tipo de igualdad. El que trabaja más cosecha mayores beneficios. No es el caso de sistemas feudales donde una casta se enriquecía a costa de la explotación fiscal de otros. Tampoco sería posible en un régimen de izquierda donde el fruto del trabajo es confiscado por el Estado. Estos dos casos constituyen para nosotros modelos de injusticia. Más adelante nos ocuparemos de la justicia socialista.

De modo que no hay absolutamente nada de cierto en la tesis "desigualdad = injusticia". Toda igualdad a la que se puede aspirar en un sistema político está del otro lado de la ventanilla, o sea, desde el tratamiento del Estado hacia la sociedad. Pero incluso esto es imposible porque el Estado debe tratar a cada quien según sus propias condiciones. Por ello tenemos leyes para niños, para ancianos, para mujeres, para gestantes, etc. En realidad, en cuanto se refiere a los seres humanos, toda igualdad forzada es una injusticia. Aspiramos a que el Estado le de más a los que más necesitan y les cobre más a los que más tienen. Este es el modo en que el Estado puede y debe compensar el desbalance natural de las sociedades. Precisamente esa es una de sus funciones dentro de una sociedad abierta. Pero para cumplir esta necesaria y esencial función del Estado, no hace falta apelar a falacias ni estigmatizar la desigualdad. La "desigualdad" es parte intrínseca de la realidad por donde se la mire. Toda homogeneidad es una ficción construida por el cerebro.

En resumen, nada es más absurdo que la tesis según la cual la desigualdad es injusticia. Es falso.


Una tesis liberadora

La explicación de la vida basada en poderosos intereses que dominan el mundo manteniendo una estructura injusta para perpetuar la pobreza de algunos, presta grandes beneficios psicológicos. En primer lugar nos libera de un sentimiento de culpa y de vergüenza por el estado de pobreza al atribuirle la causa a unos poderes siniestros. Esto convierte a los pobres en víctimas de un sistema perverso. Así se simplifica una vez más la explicación de un fenómeno social muy complejo y diverso. La pobreza es un monstruo de varias cabezas y a cada una de ellas se la entiende y se la explica de manera diferente, y se la mata con armas distintas. Pero el simplismo de izquierda es muy conveniente porque crea enemigos que combatir, genera miedos y odios que son el combustible necesario para alimentar la revolución, y -sobre todo- libera de responsabilidad a los pobres convirtiéndolos en víctimas de un sistema perverso que debe ser destruido. Con ello los insta a apoyar la causa de la "lucha social" que busca enfrentar a esos poderes siniestros para lograr la igualdad y la justicia. De este modo se ofrece la idea de que alcanzar el bienestar solo depende de derrotar a un monstruo. Una vez derrotado, el bienestar llegará automáticamente sin hacer ningún esfuerzo adicional. 

Como se ve, el mensaje es simple y tiene ademas la ventaja de ser agradable y prometedor. Pero sobre todo es liberador, pues la culpa de la pobreza, la miseria, la marginación y de todos los males la tiene otro: el sistema, los poderes fácticos, el imperialismo, la oligarquía, etc. La izquierda tiene muchos monstruos en su galería del espanto. Trabaja igual que la religión también en este sentido porque llena de odios, miedos y temores a la gente, señalando a los enemigos que se deben derrotar para solucionar todos los males. Pero también tiene un mensaje para los intelectuales, a quienes les hablan al nivel de una "estructura de poder", "sistema económico" o "diseño social", que no pasan de ser alegorías idealizadas de una doctrina obsoleta, antes que un examen realista y cabal de un mundo complejo que se desenvuelve afectado por la confluencia azarosa de múltiples fuerzas y condiciones globales. Por ejemplo, la economía es algo que cambia cada año y siempre nos ofrece un panorama diferente que debemos volver a afrontar para entenderlo. No hay pues, como cree la izquierda, un saber universal que lo explica todo eternamente.

Sin duda la tesis de izquierda también resulta liberadora porque al presentarse como la explicación "científica" de la historia, nos releva de la necesidad tediosa de tener que entender la realidad a través del análisis y el estudio permanente. Para un izquierdista es muy cómodo seguir congelado en los principios del marxismo y en las tesis de José carlos Mariátegui. Pese a que el mundo se ha transformado radicalmente en el último medio siglo, no han vuelto a examinar la realidad. Sienten que su verdad sigue vigente. Abrazan sus manuales doctrinarios abreviados, al igual que los religiosos lo hacen con la Biblia, seguros de que la verdad ha sido ya escrita y solo hay que repetirla y seguirla ciegamente. Desde luego, es muy liberador.

La tesis de la izquierda no solo nos libera de toda culpa y pecado por la miseria sino que promete el estado de bienestar sin compromisos ni esfuerzos. Basta una oración para recibir las bendiciones del cielo en el caso de la religión. En un régimen de izquierda basta inclinar la cabeza ante el Estado para recibir sus bendiciones. No tienes que hacer nada. El Estado se ocupará de ti. El Estado es la fuente inagotable de beneficios. No hay pues nada más liberador para un ser humano que dejar de sufrir en este mundo y ponerse en las manos salvadoras de Dios y del Estado. La izquierda nos ofrece el paraíso acá mismo sin mayor esfuerzo, tan solo hay que aniquilar a los poderes siniestros del averno capitalista. Desde luego, se requiere cierto grado de ingenuidad, ignorancia y estupidez para creer en todas estas ideas. Pero resultan tan gratificantes y fáciles de entender que muchos creen en ellas ciegamente, en especial porque comprometen sus ideales y sus emociones. Veamos esto.


Manipulación de las emociones

Una de las estrategias más usadas por la izquierda es su descarado manejo de los sentimientos humanos al vender sus tesis envueltas con etiquetas rosas como "justicia", "dignidad", "derechos", "solidaridad", "igualdad", etc. El marketing político de izquierda está repleto de palabras lindas con alto contenido emotivo y simbólico. La izquierda ha patentado casi todas las palabras positivas del diccionario y las ha vinculado a su prédica. Ellos se presentan como defensores de prácticamente todas las virtudes humanas. Son los campeones de la justicia social, de la lucha por los derechos, de la reivindicación de los pobres y marginados, etc. Y últimamente además han incorporado ya a su discurso la defensa del medio ambiente y de los animales. Casi no queda nada defendible que no esté en el plan de salvación de la izquierda. Aunque en el fondo nada de eso les importa realmente. Ellos solo quieren el poder.

Los líderes de izquierda se presentan ante los jóvenes como una especie de super héroes que visten trajes con la imagen del Che y salen a volar gritando "a luchar por la justicia". Ellos son los buenos, los que pregonan todas las bendiciones que puede recibir este mundo como regalo del cielo. Un cielo que es asociado al Estado. La lucha contra el mal y sus representantes implica la utilización del Estado como el Palacio de la Justicia Universal. La lógica implícita en la izquierda es que al poder del mal debemos oponer el poder del Estado. En el Estado están todas las fuentes del bienestar que se espera alcanzar. Todos los poderes distintos del Estado son malos. Hay que combatirlos.

Además el lenguaje de izquierda está fabricado con puros eufemismos que esconden la verdadera naturaleza maligna de los elementos de izquierda para convertirlos en bondades celestiales. Por ejemplo, los revoltosos y agitadores son llamados "luchadores sociales"; los que permanecen anclados en el socialismo fracasado del siglo pasado se llaman "progresistas". Los reclamos por mayores beneficios no son negociaciones sino "luchas reivindicativas". Han inventado una infinita lista de "derechos" que defienden o reclaman. Incluso nos hablan hoy de los "derechos de la naturaleza" con los cuales se oponen a las actividades extractivas. Todos los derechos inventados por la izquierda son cargas para el Estado. El mensaje "reivindicativo" de la izquierda no tiene límites en las exigencias al Estado, por un lado, y de promesas desbocadas a su clientela electoral, por el otro. Es pues la demagogia y la irresponsabilidad política hecha sistema. No es nada extraño que las personas -y especialmente los jóvenes- sucumban ante estas prédicas que comprometen sus emociones, sentimientos, valores, esperanzas, ambiciones y anhelos. Todo lo bueno parece provenir de la izquierda. Pero eso no es más que un espejismo, un engaño, un caramelo que se le ofrece a los jóvenes incautos. Estos simplemente sucumben al escuchar palabras como justicia, dignidad, igualdad. Al abrazar las causas de la izquierda, los jóvenes no adivinan que solo han comprado una bonita etiqueta. La mayoría cree en esa retórica de palabras bellas y conceptos huecos, y en la poesía de promesas al pueblo. Realmente creen que la pobreza se puede eliminar por decreto y que el Estado es la fuente inagotable de beneficios que hay que abrir como si fuera un caño.

El problema radica en que los conceptos de libertad, democracia, justicia, derechos, dignidad y otros por el estilo tienen un significado muy especial y diferente en el diccionario de izquierda. En Cuba, por ejemplo, la dignidad significa morir de hambre antes que cambiar su fracasado sistema socialista; la democracia es la obligación de elegir al mismo único partido, los derechos se limitan a lo que el Estado decide que son tus derechos, y casi lo mismo pasa con la libertad. La izquierda tiene también sus propios conceptos de progreso, desarrollo y libertad de prensa. Casi todo lo tiene arbitraria y convenientemente definido según sus intereses. De modo pues que la exuberancia de etiquetas hermosas en el discurso de izquierda es solo un engaño retórico para convencer a los idealistas. Una dulce carnada.

Quizá la más descarada forma de manipulación sentimental de la izquierda es su utilización de la pobreza. Son los pobretólogos que han hecho de la pobreza el núcleo central de su discurso y el pretexto perfecto para señalar el fracaso de lo que llaman "el sistema capitalista". No hay tal "sistema". La pobreza es un fenómeno que obedece más bien a factores culturales, geográficos, psicosociales, etc. Pero hay que reconocer el descaro de la izquierda para criticar la existencia de pobreza en el mundo libre, sin decir nada del vergonzoso hecho de que el socialismo no es más que pobreza. Ese sí que podría llamarse el "sistema de la pobreza general". Pese a todo esto, la pobreza es el caballito de batalla de la izquierda para combatir al capitalismo. Por último, no tienen reparo alguno en autoerigirse como los "defensores del pueblo". El discurso de izquierda está plagado de referencias al "pueblo", aunque electoralmente ese pueblo suele ignorarlos siempre. Precisamente, el constante fracaso electoral de la izquierda los ha llevado a preferir la agitación callejera directa y permanente, así como el sabotaje y el chantaje como arma política. De ese modo tratan de imponer por la fuerza lo que no pueden conseguir por el camino de la ley.

La aparente preocupación por el pueblo y la pobreza lleva a la izquierda a llenarse de grandiosas promesas que carecen de sustento real. Veamos.


Simplismo económico

Otra característica muy curiosa de la izquierda es que se saltan continuamente todas las cuestiones económicas referentes al mercado. Ellos no creen en el mercado así como se puede no creer en un dios. El único inconveniente radica en que el mercado es una realidad. Pero la izquierda no cree en ella. Así de simple. La izquierda vive convencida de que el mercado se puede manejar por decreto. Según su tesis, luego de eliminar a las empresas privadas y convertir al Estado en el único dueño de todo, manejarán un monopolio que no necesitará preocuparse por los detalles del mercado. Por tanto, tienden a ignorar al mercado, y sus mensajes ofrecen beneficios directos, bienes concretos, sueldos altos y precios bajos. Ni siquiera se molestan en explicar el financiamiento de todos los enormes beneficios sociales que ofrecen. Para ellos la respuesta es obvia: por decreto y echando mano del Estado. Están convencidos de que el Estado es una fuente inagotable de bienestar. Es el cielo de donde caerá el maná.

A diferencia de la derecha liberal que propone condiciones jurídicas y económicas para favorecer el emprendimiento individual, ya sea para fundar empresas, contratar trabajadores, adquirir bienes de capital o hacer exportaciones, por ejemplo, únicos medios reales de crear riqueza y bienestar en la sociedad, la izquierda se salta a la garrocha todos estos detalles y se va directamente al ofrecimiento de beneficios tangibles a la población. Todo su fundamento radica en su confianza no en el mercado sino en el poder del Estado. La izquierda cree que el bienestar se logra con la simple buena voluntad del gobernante que maneja un Estado poderoso.

La fantasía de poder que genera en la izquierda el control del Estado y del aparato burocrático, los vuelve negligentes con las condiciones reales de la economía de un país. La izquierda vive convencida de que los precios suben y los bienes escasean porque hay una confabulación de los poderes oscuros, de los poderes fácticos, de la oligarquía, etc. Luego, las medidas económicas de izquierda consisten en luchar contra ellos. Es cuando desenvainan su espada y firman decretos que bajan los precios, confiscan empresas y expulsan a otras. Todo esto sobre un escenario de grandes discursos que resaltan la defensa de los intereses populares. Es obvio que la gente apoya esta clase de delirios. Pero todo esto no es otra cosa que cavar la tumba de una nación. No nos debe extrañar pues el constante e invariable fracaso de las izquierdas socialistas de carácter estatista, que se confrontan con el mercado y sus agentes económicos. Ante el fracaso de su gestión, la izquierda apela al siguiente truco mágico: la negación de la verdad. Veamos esto.

Manipulación de la verdad

Ningún régimen político manipula tanto la verdad como la izquierda. Y la manipulan de todas las formas posibles. Ya nos hemos referido a sus propias definiciones arbitrarias y su lenguaje cargado de eufemismos, pero la más grosera manipulación de la verdad es sin duda su insistente prédica sobre la falacia de la desigualdad social equivalente a injusticia. Esta es una tesis absurda ya que no existe ninguna razón ni fundamento para creer en, o esperar que, el mundo de los humanos sea igualitario o tenga que serlo. La naturaleza humana se basa precisamente en la diferenciación individual. Las condiciones de existencia social, y sobre todo la libertad, garantizan tal grado de aleatoriedad social que ese es el fundamento de la diversidad.

Ahora bien, si los seres humanos poseemos diversidad y diferenciación individual como parte esencial de nuestra naturaleza, ¿cómo es que se puede esperar una sociedad igualitaria en un escenario social aleatorio? Tal tesis pues carece de sentido alguno. Es un absurdo total. Una fantasía ideológica. De allí que todo el entramado ideológico de la izquierda repose sobre un fundamento deleznable, sobre una falacia. Por tanto, todo lo demás deviene en falso: su visión de una sociedad igualitaria no es más que una quimera. La falsedad endémica de la ideología de izquierda conlleva irremediablemente al fracaso, y a su vez esto obliga a los regímenes de izquierda a tratar de sostener su mundo de fantasía mediante la manipulación de la verdad. Por ejemplo, mediante la tergiversación de cifras oficiales así como el montaje de psicosociales permanentes que ensalzan las virtudes del régimen, las bondades del líder, e invocan al patriotismo para luchar contra los enemigos del pueblo, etc. Por esta misma razón los regímenes de izquierda no toleran la libertad de expresión. Son enemigos de la prensa libre por antonomasia.

Otra de las mentiras más perversas que pregona la izquierda es que el sistema de empresas privadas es un régimen de explotación. La empresa es mostrada como un centro de explotación de trabajadores. Esta idea se defiende apelando al hecho de que los dueños se enriquecen cada vez más mientras los trabajadores permanecen en la misma situación de miseria. Ese es el único enfoque de empresa que maneja la izquierda. Un enfoque sesgado y pobre, que deja de lado el gran papel de motor de la economía nacional que tienen las empresas privadas, los riesgos que asumen los empresarios, los empleos que dan, los impuestos que pagan, los beneficios directos e indirectos que aportan a la sociedad, etc. Además está el hecho de que cualquier ciudadano libre es potencialmente un empresario que puede emprender un proyecto en cualquier momento. Tampoco se dice que todos los trabajadores independientes son empresarios de hecho, y que en cualquier momento contratan a alguien, dan empleo y empiezan a crecer. En una sociedad libre cualquiera puede empezar un proyecto en su garage y acabar con una empresa extendida a lo largo del mundo. Sin embargo, el ataque sistemático a la empresa privada es parte de la manipulación de la verdad que emprende la izquierda, con el propósito de eliminar el poder económico de las empresas y concentrar todo el poder en el Estado, es decir, en una sola mano, la del dictador de turno.

De modo pues que la primera mentira de la izquierda es pregonar que una sociedad desigual es injusta. Hay, desde luego, ciertas igualdades que se esperan pero que tienen que ver con las condiciones que ofrece el Estado y no con la vida. Por ejemplo, la igualdad ante la ley, que también es muy relativa, pues la ley no puede ser igualitaria en un mundo esencialmente desigual. Por ello hay leyes para mujeres, para niños, para misnusvalidos, para gestantes, etc. En la medida en que las leyes pretenden ser más igualitarias, tanto más injustas son. No hay nada más absurdo y peligroso que una "ley general". La realidad es sumamente diversa y esencialmente compleja, por ello no existe forma de que podamos atraparla en una "ley general". Son vanas las ilusiones de tener una "ley general" que sea eficiente y útil.

Sin embargo, un vicio de la política que fue adoptado desde las estrategias de izquierda es ofrecer a la gente la ilusión de que los problemas se solucionan con simples leyes. Hoy las leyes son parte del psicosocial del Estado, especialmente en los regímenes de izquierda. Un gran ejemplo de esto es la reciente "Ley de Costos y Precios Justos" promulgada por Hugo Chávez, donde explica a su manera el origen de la inflación y la escasez de alimentos, y establece tarifas únicas para tratar de controlar la inflación. Es obvio que tal ley no solo no controlará la inflación sino que afectará toda la economía negativamente.

Cuando el fracaso de los regímenes de izquierda empieza a aflorar, la primera reacción es de negación. Se llega a manipular las cifras oficiales y a negarlas a los organismos internacionales. Se cierran las fronteras a los observadores y peritos extranjeros. Se condena a los medios que dan malas noticias. Se montan psicosociales que avivan el sentimiento de unidad y patriotismo, se crean enemigos públicos, se condena al imperialismo norteamericano y a las transnacionales, y la sociedad entera vive alimentada de mentiras. De allí la gran importancia que le da la izquierda al control de los medios.

La justicia socialista

Uno de los espejismos más importantes que emplea la izquierda para engatuzar a los incautos es la idea de la "justicia social", la cual, como se sabe, está vinculada a la igualdad. Es obvio que en una sociedad libre es materialmente imposible ninguna igualdad porque quienes más trabajan obtienen mayores beneficios, y las empresas más eficientes logran mejores dividendos. Lo bueno de las sociedades libres es que la dinámica propia del sistema hace que el escenario cambie, pues el mercado nunca es estático: los gustos cambian, las modas pasan, la tecnología avanza, etc. Todo está en movimiento. Una persona pobre puede dejar de serlo, como también un rico puede dejar de serlo. No hay pues forma de que exista nada parecido a la igualdad. La realidad es simplemente heterogénea y dinámica. No se trata de un sistema ni de un diseño ni de una estructura. Nadie es el creador de esto. No hay ningún diseño. Es solo la realidad, la azarosa realidad de la que tenemos que aprender todos los días.

No obstante, persiste la insidiosa idea generalizada de que la desigualdad es injusticia, y que esta proviene de una estructura del mundo diseñada por los poderes ocultos. Es obvio que hay mucho ocultismo y simplismo en esta tesis. Pero esta es la tesis central de la izquierda y por lo menos ellos están convencidos de que eso es una verdad. Por lo tanto, su propuesta es imponer una justicia social basada en la igualdad. El problema es que la igualdad solo se hace posible enajenando a las personas del producto de su trabajo. No existe otra manera. Acá es donde toda la poesía de la izquierda empieza a convertirse en drama para terminar finalmente en tragedia humana. Es una historia bien conocida.

Desgraciadamente, la gente que apoya las ideas de izquierda no es consciente de lo que significan finalmente tales propuestas. Ignoran que esa soñada "justicia social" basada en la igualdad solo se consigue arrebatándole a las personas el producto de su trabajo y enajenándolos a favor del Estado. Esa es la única manera de evitar que las personas logren la natural diferenciación como producto de su esfuerzo individual. Solo así, al evitar la propiedad privada o individual de los frutos del trabajo se impide la desigualdad. El Estado pasa a ser el único propietario del esfuerzo humano.

Esta situación condena a las personas a vivir en una miseria constante y a depender enteramente del Estado y de la voluntad de un dictador que asume las veces de un Dios bienhechor, que vela por la igualdad y la justicia social, entregando dádivas al pueblo. Tal es la justicia social del socialismo. A su vez, este sistema obliga a las personas a la sumisión ante el poder. Por ello no es extraño que exista una gran masa popular que adore al dictador idolatrándolo como a un Dios. No es extraño que mucha gente se conforme con eso y que incluso lo prefiera. Mucha gente experimenta un gran miedo muy profundo frente a la libertad. Para muchos no hay nada más angustiante que la libertad. Prefieren ser dirigidos como ovejas, buscan un pastor, un líder, un Dios que se haga cargo de sus destinos. Ya Erick Fromm nos explicó el fenómeno de la alienación colectiva frente al autoritarismo en su ensayo "El miedo a la libertad", donde revela las razones inconscientes del frenesí colectivo y la fascinación popular frente a Adolfo Hitler y J. Stalin.

Todos estos sectores de izquierda que pregonan el paraíso socialista, inventando enemigos y monstruos para luego ofrecerse como los salvadores del mundo, están conformados por personas profundamente perturbadas. Estamos pues en la obligación moral de denunciarlos y combatirlos. Como defensores de un mundo libre, especialmente libre de estos alienados y salvadores mesiánicos, debemos enfrentarlos en todos los terrenos rechazando sus desbocadas propuestas y sus aberrantes esquemas. Y más aún siendo conscientes de sus estropicios a lo largo del último siglo. Esta es una defensa auténtica de los valores humanos, empezando por la libertad.


Conclusión

En suma, las ideas de izquierda tienen aceptación popular por su facilidad, simplicidad y encanto. Liberan a la gente de su responsabilidad individual atribuyendo las causas de su pobreza a otros, y los convierte en víctimas de un sistema perverso. Les ofrece la redención eliminando a los que controlan el mundo y les promete un paraíso donde solo recibirán beneficios sin hacer nada. Los adoctrinan llenándolos de "derechos" que deben exigirle al Estado. Todo esto convence fácilmente a las personas. A despecho de los numerosos ejemplos de progreso y superación que se encuentran por doquier, la gente prefiere creer que su mala suerte depende de otros factores y que, por ello mismo, su bienestar también dependerá de otros, es decir, del Estado. Para ello es menester que el Estado asuma el poder total eliminando a los otros, es decir, a la empresa privada, pero además, la propiedad individual, única forma de asegurar la igualdad social.

La izquierda simplifica su mensaje al extremo, pasando a ofrecer beneficios directos a la gente. Todo se reduce al poder del Estado benefactor que reemplazará a los otros poderes fácticos, los que solo buscan sus intereses particulares. El Estado, en cambio, velará por el pueblo. Eliminado el enemigo, el bienestar será distribuido a todos como una lluvia de bendiciones. Por ello el discurso de izquierda se caracteriza por estar recargado de ofrecimientos grandiosos al pueblo. Es la clara muestra de la demagogia. Ese es todo el discurso de la izquierda y la razón de su popularidad.

Como hemos demostrado, toda la ideología de izquierda es básicamente un cuento infantil que debido a su estructura narrativa simple y liberadora, transmitida con palabras encantadoras, conquista a los jóvenes ilusos y a las mentes menos preparadas; pero sus resultados reales son siempre catastróficos.

(c) Dante Bobadilla Ramírez
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sábado, 18 de febrero de 2012

Hugo Chávez y las estrellas de Hollywood



Hace noventa años una turba de bolcheviques irrumpió en el Palacio de Invierno, en San Petersburgo, arrestaron al gobierno provisional e instalaron una "dictadura del proletariado". Aunque la revolución rusa ya no es muy popular (ni siquiera para los rusos, que ya no conmemoran la Revolución de Octubre sino la expulsión de los polacos de Moscú en 1612), sentí que era importante señalar la ocasión. En honor al aniversario de la Revolución de Octubre, volví a leer "Diez días que estremecieron al mundo", la famosa narración de la revolución rusa escrita por John Reed. Luego volví a leer la semana pasada los informes de prensa del reciente encuentro entre Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, y Naomi Campbell, la famosa supermodelo británica.

Tal como lo recordaba, el libro de Reed transmite magníficamente toda la energía que se respiraba en el otoño de 1917 - "Era una aventura, una de las más maravillosas aventuras que un hombre jamás haya emprendido: entrar a la Historia encabezando las masas proletarias"- así como su propia fascinación y aprobación de la violencia que veía a su rededor. Después de asistir a un funeral masivo, explica por qué los rusos ya no necesitan la religión: "Ellos están construyendo en la Tierra un reino más maravilloso que el que cualquier cielo podría ofrecer, y por el cual morir sería un gran honor". En cambio se siente avergonzado cuando tiene que explicar que en los Estados Unidos la gente trata de cambiar las cosas mediante la ley -una situación que sus nuevos camaradas rusos encuentran "increíble".

Avanzo rápidamente 90 años y, sorprendentemente, poco ha cambiado. Es cierto que la revolución rusa en sí ya no se admiraba mucho, ni siquiera por los herederos de Reed en la extrema izquierda. Pero aquel impulso que llevó a Reed a San Petersburgo sigue existiendo. La debilidad occidental de la violencia revolucionaria de los otros, la creencia en el glamour y la benevolencia de los dictadores extranjeros, y la insistencia en ver ambos a través del prisma de los debates políticos occidentales, está todavía muy presente entre nosotros. 

La prueba A es, por supuesto, Naomí Campbell. Aunque es más conocida por su gusto por los zapatos que por sus opiniones sobre la economía de América Latina, sin embargo, la semana pasada en Caracas lanzó un discurso sobre el "amor y coraje" que el presidente Chávez vierte en sus programas de asistencia social. Usando lo que un periódico venezolano llamó "un exquisito y revolucionario vestido blanco de la prestigiosa casa de moda Fendi", elogió al país por sus "largas cascadas". Por supuesto, Campbell no mencionó las manifestaciones anti-Chávez celebradas en Caracas la semana anterior a su visita, ni la propuesta de cambios constitucionales diseñados para permitir a Chávez mantenerse en el poder indefinidamente, o el hostigamiento de Chávez a dirigentes de la oposición o medios de comunicación.

Pero entonces no era ese el motivo de su visita, al igual que no lo fue cuando el actor Sean Penn, un radical autoconsciente y enemigo declarado del presidente estadounidense, pasó un día entero con el Presidente Chávez. Juntos recorrieron el campo. "He venido aquí en busca de un gran país. Y me encontré con un gran país", declaró Penn. Por supuesto, se encontró con un gran país. Penn quería un país donde podía ganar adulación por sus puntos de vista sobre la política de EEUU, y el presidente venezolano se lo proporcionó con mucha felicidad.

De hecho, para los descontentos de Hollywood, la academia y las pasarelas, Chávez es un aliado ideal. Al igual que los simpatizantes extranjeros a quienes Lenin llamaba "tontos útiles", ya que proporcionaban amplio apoyo a Rusia en el extranjero, sus equivalentes modernos proporcionan al presidente venezolano legitimidad, atención y buenas fotografías. Él, a su vez, les ayuda a superar la frustración que John Reed una vez sintió: la frustración de vivir en un aburrido país no revolucionario donde la gente prefiere cambiar las cosas a través de la ley. A pesar de su brillantez, Reed no podía llevar el socialismo a Estados Unidos. A pesar de su riqueza y fama, el acceso a los medios de comunicación y el poder de Hollywood, Sean Penn no pudo sacar a George W. Bush. En cambio, presentándose ante la compañía de Chávez, puede al menos obtener mucha más atención por sus opiniones. 

En cuanto a la política venezolana o el pueblo venezolano estos no importan en lo absoluto. El país está simplemente jugando un papel enterrado en el pasado por Rusia. Pero es junto a Cuba y Nicaragua una expresión de ese sistema anacrónico, y que además resulta por este momento el único aceptable. Es evidente que Venezuela es más fácil de idealizar que Irán y Corea del Norte. Aunque la actitud de Chávez hacía las mujeres no conduce hacia modelos de pasarela, siendo además francamente hostil a Hollywood. Venezuela es además un país cálido, relativamente cercano y un país de hermosas cascadas.

Después de todo, no solo al líder de Venezuela le desagrada el presidente de Estados Unidos -también lo hacen la mayoría de los otros jefes de Estado- pero Chávez se refiere al presidente de EEUU como "el diablo", un "dictador", un "loco" y un "asesino". A quién le importa lo que Chávez hace en realidad cuando Sean Penn no está mirando? Noventa años después de la tragedia de la revolución rusa, Venezuela se ha convertido en el "reino más brillante que cualquier otro el cielo podría ofrecer" una nueva generación de compañeros de viaje. Mientras el petroleo les dure.

Traducción: Dante Bobadilla


jueves, 9 de febrero de 2012

¿Qué pasó con el liberalismo en el Perú?


Entrando a la segunda década del siglo XXI hay una gran inquietud en amplios sectores sociales, especialmente entre los jóvenes que no hallan un espacio para las ideas que persiguen, tales como la libertad y el desarrollo. Se oyen voces de indignación y hasta de condena debido al abandono de estas posiciones por parte de los intelectuales de nuestro país. Este blog trata de compensar la pérdida de tales espacios. Es una tribuna abierta para difundir los ideales del liberalismo en el Perú.

Nuestro país ha vivido una evolución social desordenada y desigual en el último medio siglo. A partir de los años 60, luego de la revolución cubana, se vivió el auge del comunismo en toda Latinoamérica, con expresiones de todo tipo, incluyendo guerrillas y terrorismo. El Perú no fue ajeno a esa realidad. Fuimos víctimas del accionar de grupos guerrilleros en los años 60, que cobraron la vida de numerosos jóvenes valiosos que inmolaron sus vidas detrás de los absurdos ideales que les inspiraba el marxismo. Tal vez la vida más valiosa perdida en esos alocados días haya sido la de Javier Heraud, notable poeta, de los pocos.

Pero a la par de las incursiones guerrilleras en el campo, la izquierda se infiltraba en la vida intelectual a través de las aulas universitarias. La falta de una tradición democrática en el país, constantemente interrumpida por golpes de Estado a lo largo del siglo XX, impidió el desarrollo de partidos políticos democráticos y, con ello, la formación de cuadros políticos que pudieran tomar la posta en cada generación. Como consecuencia, las aulas universitarias fueron los únicos ambientes de adoctrinamiento político, y este adoctrinamiento fue eminentemente de izquierda marxista, que además estaba en pleno auge mundial.

A lo largo de los 60 y 70 la juventud peruana sería inevitablemente adoctrinada con el catecismo marxista, debido a que se había convertido en materia obligada en todas las carreras, con especial énfasis en las de letras y ciencias sociales. Esto condujo luego a la aparición caótica de docenas de partidos de izquierda disputándose la verdad y la pureza ideológica, y todas ellas surgieron desde las universidades. Podríamos llamar a los años 70 el período cámbrico de la izquierda peruana, y a la universidad, el lecho donde tuvo lugar tremenda multiplicación de especies marxistas.

El accionar de la izquierda en el Perú se consolidó plenamente cuando el general Juan Velasco Alvarado tomó el poder en 1968 bajo un discurso anti imperialista, imponiendo un gobierno de corte socialista, con su acostumbrada secuela de abusos en contra de las libertades más elementales como el de propiedad, expresión y prensa. En su intento por transformar drástica y rápidamente a la sociedad peruana produjo un deterioro general del aparato productivo, desde el agro hasta la industria, incrementó el tamaño del Estado con más de cien empresas públicas deficitarias, y por último, llegó incluso a la manipulación ideológica de la sociedad a través de organizaciones populares. Además instituyó cambios severos en la educación, garantizando la enseñanza de las ideas de izquierda en las escuelas. Con todo eso la izquierda peruana casi monopolizó las ideas políticas en los medios, las escuelas y la universidad.

Al finalizar los años 70, y luego de dos décadas de prédica marxista ocurrió lo que tenía que ocurrir: cobró vida Sendero Luminoso, la expresión más nefasta, diabólica y sanguinaria de la izquierda peruana. Aunque el accionar criminal de Sendero Luminoso durante los 80 acaparó la atención, los otros cuadros de izquierda nunca dejaron de lado su actividad y actuaron en el mismo sentido de la lucha de clases pero bajo sus propias estrategias. Algunos grupos de izquierda radical (nunca hubo otros) capturaron el magisterio y los sindicatos. Desde el SUTEP y la CGTP dirigían sus acciones de sabotaje contra el sistema mediante la agitación social, siempre tras un discurso reivindicativo que incluía infaltablemente exigencias de política general. Por su parte, la camarilla de intelectuales de izquierda anquilosados en las universidades prosiguieron silenciosamente su labor de adoctrinamiento, tanto mediante la cátedra como por las publicaciones. Así fue como la sociedad peruana respiró marxismo durante tres décadas.

Las ideas liberales apenas se asomaron tímidamente al final de los 70, cuando el general Morales Bermúdez permitió algo de libertad de prensa. Pocos años después, durante los 80 vivimos la hecatombe de Sendero Luminoso por un lado, y la agitación callejera de la otra izquierda por el otro. El accionar político radical de la izquierda impidió el debate y el surgimiento de ideas frescas. La urgencia por sobrevivir en medio de la crisis profunda del país impidió consolidar los proyectos liberales a fines de los 80, cuando Mario Vargas Llosa intentó el poder. Mucha gente vivió amenazada y prefirió salir del país dejando el campo abierto a los agitadores y predicadores de la izquierda, así como a políticos criollos improvisados y saltimbanquis.

Sin duda todo ese escenario ha cobrado algunas consecuencias para el presente. Hay al menos tres generaciones de peruanos que no conocen más que prédica marxista. En el presente siglo, tras el fracaso del socialismo mundial en los 90, la izquierda marxista se ha camuflado de diversas formas cambiando ligeramente el énfasis de su discurso. Los viejos partidos de izquierda se han transformado en ONGs ambientalistas y de DDHH. Pero las universidades no han dejado de ser centros de adoctrinamiento de la izquierda. Aunque ya no existan los cursos de marxismo de antes, aun quedan en la cátedra numerosos intelectuales que fueron parte de la generación de jóvenes lobotomizados por el marxismo. Sus publicaciones muchas veces son las únicas que se exhiben en las vitrinas y son referentes obligados en los cursos. Además tenemos una gran plaga de izquierdistas ocupando cargos públicos importantes, incluyendo muchos jueces. 

Vivimos pues una realidad desequilibrada en el Perú, con un crecimiento desproporcionado de la izquierda en todos sus matices. A partir del presente siglo el espacio liberal del Perú ha tenido algún impulso tímido, pero todavía se tiene la sensación de que el carbón del liberalismo no enciende. Creamos este espacio virtual para ayudar a encender la fogata del liberalismo peruano a fin de que pueda proporcionar luz a las generaciones venideras.