lunes, 9 de septiembre de 2013

La inmortalidad de los idiotas


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

La política es un campo muy fértil para la aparición de idiotas. En ningún escenario brillan más que en el rol de salvadores de la patria y constructores de una nación. Ellos lo quieren hacer todo, y quieren hacerlo de nuevo, desde cero, porque ante sus ojos nada está bien. Pretenden que pueden superar a Dios y diseñar un mundo perfecto donde todo sea felicidad, todo sea gratuito y no haya desigualdad ni injusticias. Para todo idiota de gran corazón, nobles ideales y maravillosas intenciones el paraíso tiene un solo nombre: socialismo.

La historia tiende a repetirse y se repite porque la política atrae a los idiotas y estos vuelven a intentar las mismas fracasadas ideas, convencidos de que en sus manos la fórmula de la felicidad funcionará. Como ya es sabido, un idiota es alguien que cree que repitiendo varias veces la misma acción llegará a resultados diferentes. El idiota, en principio, desprecia la realidad, no cree en ella. No puede creer en la realidad porque juzga que toda ella está mal y debe ser reconstruida desde su raíz. Así que todo idiota solo cree en su propia ideología y se guía solo de su voluntad. En consecuencia es incapaz de aprender de los hechos o de la experiencia. Ni siquiera aprende de la ciencia. El idiota está tan convencido de su infinita sabiduría que sus fracasos siempre los atribuye a causas extrañas, a sabotajes o acciones misteriosas del enemigo. Un idiota no concibe que sus ideas sean malas y no funcionen sino que hay alguien que las sabotea. Por eso todo buen idiota está lleno de enemigos, fantasmas y monstruos a los que combate con retórica sulfurosa.

El enemigo favorito de los idiotas es el imperialismo yanki. Todo lo malo ocurre por culpa del imperialismo yanki y del capitalismo salvaje. El presidente de los EEUU es la personificación del diablo. No hay límites en la responsabilidad que se le puede atribuir a los EEUU. Ellos son responsables de todo, desde los huracanes y terremotos hasta del cáncer que padecen los idiotas y sus amigos, que también son idiotas. Y, por su puesto, EEUU es responsable de las crisis y de la oposición que combate a los idiotas.

Haciendo un poco de historia, recordemos que los idiotas se pasaron casi todo el siglo pasado prometiendo el paraíso y solo consiguieron montar esperpentos atroces, infiernos de muerte y sufrimiento, prisiones de horror y locura de los que todos querían escapar. Tuvieron que rodear sus países con murallas vergonzosas para que sus ciudadanos no escapen. Murallas elevadas rodeadas con alambres de púas y vigiladas por soldados armados dispuestos a disparar a matar a quienes osaban huir del paraíso comunista. Montaron sistemas de vigilancia estricta para detectar los malos pensamientos de los ciudadanos disconformes con la felicidad, convirtieron la insatisfacción en delito y la crítica en traición. Llenaron las cárceles con una nueva clase de delincuentes: los disidentes. Algunos acabaron en manicomios porque había que estar loco para no ser feliz en el paraíso comunista. Esa fue la gran felicidad que montaron los idiotas.

Pero los idiotas vivían orgullosos de sus paraísos comunistas. Las cosas las manejaban por decreto. La economía se planificaba en detalle y la realidad entera estaba obligada a seguir las órdenes de los idiotas. La felicidad era obligatoria y las quejas estaban prohibidas y se castigaban con rigor. En el exterior nadie sabía nada de lo que ocurría en esos pobres países porque no existía la prensa libre. Solo la voz de los amos. Los aventureros que reportaban el sufrimiento en los paraísos comunistas eran señalados como agentes de la CIA y lacayos del imperialismo empeñados en desacreditar al paraíso comunista. Pocos les creían porque la prensa comunista llenaba el mundo con propaganda que mostraba la felicidad de su pueblo.

Todo lo que salía de los paraísos socialistas era información oficial. Revistas hermosas que pretendían competir con Life o Selecciones llenaban sus páginas con fotos a todo color de un pueblo feliz, enormes masas marchado disciplinadamente por una amplia avenida, con gigantografías del Líder Supremo a quien veneraban como a un dios. A veces enormes campos primorosamente cultivados por felices y robustos campesinos. ¿Quién podía creer a los aventureros periodistas que anunciaba que todo eso era mentira? ¿Cómo podía ser cierto que todas esas imágenes eran tan solo pura escenografía de cartón?

Hasta que un día el peso de la realidad aplastó la fantasía ilusa del comunismo, el mundo feliz reventó como una pompa de jabón. La poderosa URSS desapareció como si nunca hubiera sido más que una horrible pesadilla. Luego cayó el muro de Berlín y millones de prisioneros-ciudadanos de la ex Alemania del Este, ridículamente autodenominada "República Democrática", cruzaron hacia la libertad de Occidente. Los tiranos de otros paraísos comunistas, perdidos ya sin la ayuda de la URSS, acabaron en las manos de las masas enardecidas que se cobraron la venganza por décadas de sufrimiento. Recién entonces el mundo pudo conocer la verdad del comunismo sin intermediarios: miseria, miseria, miseria. Era una sola y misma palabra repetida en todos lados: miseria. Esa fue la gran obra de los idiotas.

Tras la debacle de la URSS y sus satélites, Cuba quedó como el único triste representante de esa miseria humana llamada comunismo en esta parte del mundo. Fidel Castro, el gran idiota del comunismo en Latinoamérica no necesitó construir muros ni colocar alambradas en sus fronteras porque su paraíso es una isla. Pero acabó siendo la única isla del caribe convertida en un infierno. Aun así, Cuba se hizo famosa por los permanentes intentos de escape de sus desdichados ciudadanos-prisioneros a quienes se les prohibió salir de la isla luego de las primeras oleadas de cubanos huyendo apenas los barbudos castristas tomaron el poder. Después, a los desesperados cubanos solo les quedó lanzarse al mar en busca de libertad. Pese a la debacle mundial del comunismo, Cuba permanece en su mismo estado de postración humana, sojuzgada por los mismos idiotas que se apoderaron del poder hace más de medio siglo.

La esperanza de la humanidad por liberarse de los idiotas tras la debacle del comunismo fue vana. No solo porque Cuba permaneció cautiva del comunismo sino porque el nuevo milenio trajo una nueva clase de idiotas. Entonces fue cuando nos dimos cuenta que el comunismo no era el problema sino los idiotas que siguen apareciendo con las mismas grandiosas ideas de crear el paraíso. No importa cómo le llamen. Ya no nos hablan del comunismo sino del "socialismo del siglo XXI". Pero detrás de todo eso siempre hay un idiota con el mismo discurso: el antimperialismo.

La nueva generación de idiotas están dispuestos a ignorar los fracasos del pasado y emprender nuevamente la tarea insulsa de montar la utopía comunista. No importa cómo la llamen. Es imposible saber qué es el "socialismo del siglo XXI". No existe literatura ideológica en esta ocasión. Los discursos desaforados de Hugo Chávez eran todo el fundamento teórico de la nueva doctrina. Ya no se basa en Marx sino en Bolívar, convertido en Dios, paradigma y símbolo de la nueva estupidez. La nueva epidemia socialista ha adoptado el nombrecito de bolivarianismo. Tras la muerte de Chávez intentan llamarlo "chavismo". Aunque eso resulte tan similar a seguir al Chavo del Ocho. Sería lo mismo porque al final cualquier chavismo es un verdadero sancochado de consignas, frases delirantes y actos fallidos que acaban en la risa y la burla.

Los nuevos idiotas del siglo XXI tienen nuevas características. No les importa el fracaso del comunismo. Incluso ignoran los efectos contraproducentes de sus decisiones. Son expertos en discursos improductivos cargados de insultos y amenazas al enemigo eterno: el imperialismo yanki. Adictos al show y a los medios pueden pasar horas dando una perorata intrascendente. Detestan las preguntas incómodas y amenazan a los medios que no siguen su linea política. Tratan de monopolizar la opinión y el pensamiento. No toleran la disensión, ni la crítica. Acusa a sus opositores de ser enemigos de la patria y agentes del imperialismo. Se sienten los fundadores de una nueva era y lo confirman con una nueva Constitución que incluye una nueva denominación para la patria. Imponen un nuevo lenguaje saturado de clichés donde lo revolucionario llega a ser la marca distintiva. La vida se recubre con una parafernalia simbólica que incluye himnos, credos, marchas, uniformes, banderas y un líder supremo utilizado como guía espiritual de la nación. 

El idiota persevera en su política pese a los malos resultados. Convencido de que sus delirios son el camino a la felicidad del pueblo, continúa su programa sin cambio alguno aumentando el desastre. Nada hace cambiar a los idiotas: ni la inflación, ni el desempleo, ni el crecimiento de la deuda, ni la falta de divisas, ni el desabastecimiento sostenido, ni la baja productividad, ni la falta de inversiones, ni el crecimiento de la corrupción ni su mala imagen internacional, nada. Se rodea de seres mediocres cuya principal función es acatar dócilmente sus dictados y adularlos en público. Busca alianzas internacionales con gobernantes afines a sus delirios, y conforma organizaciones de idiotas que pretenden ser un bloque económico y político, pero que en realidad no pasan de ser un manicomio internacional cuyas iniciativas nunca funcionan. 

La gran cuestión es cómo impedir que los idiotas accedan a la política y la conviertan en una tarea exclusiva de ayuda social. Los idiotas están convencidos de que la sensibilidad es el principal requisito de la política y que las buenas intenciones lo justifican todo. Así es como acaban convirtiendo al Estado en una gran beneficencia para lo cual requieren más impuestos. El problema de los idiotas es que anulan la fuente de los impuestos porque combaten a la empresa privada. A falta de liquidez no dudan en apelar a la emisión de dinero sin respaldo, a la confiscación de las divisas, a la falta de pagos, etc. El dilema final de todos los países regidos por un idiota es el mismo. Es fácil reconocerlos. Casi no reciben inversión extranjera y sus industrias se paralizan asfixiadas por la falta de insumos y divisas. La escasez empieza a cundir y afectar la vida de sus habitantes. los servicios se deterioran y la administración pública se llena de corrupción.

Si todo lo descrito no es consecuencia de un perfecto idiota en el poder, pues habría que redefinir lo que es ser un idiota. Por desgracia hay muchos que perseveran en el afán de descartar la realidad y preferir la locura de la ideología junto a la lucha contra monstruos imaginarios, aplaudiendo supuestos grandes "logros" como la "dignidad de no vivir arrodillado ante el imperio". Mientras que esta clase de idiotas siga teniendo la posibilidad de llegar al poder y llevar a las naciones a la miseria, Latinoamérica seguirá siendo un inmenso territorio donde la riqueza natural se desperdicia mientras la política solo genera miseria.

1 comentario:

  1. Excelente análisis!!!!!!! Más peruano como ud. Gracias

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