miércoles, 11 de diciembre de 2013

La decadencia moral de la izquierda


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Para entender a la izquierda debemos acudir a sus orígenes. La izquierda emergió de la mano de Karl Marx presentando una gran novedad en el ambiente intelectual: una rara mezcla de ciencia social con ética, según la cual no bastaba analizar objetivamente la realidad sino que había que enjuiciarla con criterios éticos, de manera que esta acababa siendo "justa" o "injusta". Habría que revisar si los criterios éticos obedecen a cuestiones objetivas o ideológicas, pero pasemos eso por alto. Curiosamente la realidad era siempre injusta a los ojos del marxismo. Así fue como nació esta extraña criatura que se presentaba como ciencia ética social. Claro que esto sucedió cuando la ciencia aun no existía. Todo lo que había era la teoría de Newton y más nada. De hecho Marx no se nutrió de fuentes científicas sino de la enrevesada filosofía de Hegel, filósofo a quien Schopenhauer y Popper tratan como un charlatán sobrevaluado. Lo que quizá explica en parte por qué el marxismo acabó siendo una amalgama informe de tesis antojadizas y pretensiosas que nutrió a los más grandes charlatanes de la academia, quienes utilizaron una y otra vez las mismas fórmulas elementales para explicarlo todo, haciendo gala de sabiduría infinita. 

Esta necesidad de imponer a la realidad la obligación de ser "justa" llevó a condenar como nefasto casi todo lo que generaba dicha realidad, lo cual significó señalar diversos enemigos imaginarios como "el sistema", y reales como los propios seres humanos y sus instituciones. De este modo el marxismo resultó siendo una peligrosa idea que no solo condenaba la realidad sino que proponía transformarla siguiendo sus principios éticos y eliminando a los causantes de la realidad injusta. A fines del siglo XIX el marxismo ya era una ideología disfrazada de ciencia social, ética filosófica, doctrina jurídica y teoría económica, que se predicaba como una moral bondadosa y humanista, siendo esta la clave para su fácil aceptación. Es decir, el marxismo conquistaba no a partir de la certeza de sus análisis sino desde la nobleza de sus intenciones que apuntaban a la sensibilidad emocional. Más allá de eso el marxismo se sostenía en un andamiaje de retórica burda y en la sacralización de conceptos mal entendidos como los de objetividad y ciencia. Ninguna teoría manoseó tanto y de tan equivocada manera tales conceptos. El marxismo era una teoría pre científica y entremezcló principios que solo un siglo más tarde serían explicados por la epistemología. No obstante la enorme difusión del marxismo ocasionó que gran parte de las ciencias sociales pretendan hasta hoy fundarse en nociones naturalistas decimonónicas. 

A los ojos de esta novedosa "ciencia social" que explicaba los engranajes de la historia y pronosticaba el futuro de la humanidad, todo el esquema de desarrollo alcanzado por los seres humanos durante su evolución cultural, científica y tecnológica hasta principios del siglo XIX era simplemente una injusticia. Llegó al colmo de denunciar que la riqueza se generaba a partir de un robo al que llamó "plusvalía". Bajo esta tesis los ricos surgían a costa de los pobres. Lo que llamó el "sistema capitalista" fue descrito como un modelo de esclavitud que no solo era nefasto sino que estaba condenado irremediablemente a la debacle final, por las imperturbables "leyes científicas" de la historia y la economía que Marx había descubierto, y tras lo cual emergería el nuevo hombre, un ser diferente ya no regido por mezquinos intereses individuales sino guiado por una conciencia social, generando un nuevo estado o sistema social y económico al que llamó "comunismo". Para empeorar las cosas, más tarde los seguidores de esta ciencia-ética-economía-novela-ficción hicieron su pequeño aporte y la convirtieron en religión.

No había ninguna dificultad para hacer del marxismo una religión, pues tenía todos los ingredientes: un pueblo elegido: el proletariado; una tierra prometida: el comunismo; un enemigo: la burguesía, unas profecías: el apocalipsis del mundo capitalista; un dogma de fe: la verdad científica; textos sagrados: el Capital y el Manifiesto Comunista; y por último, profetas: Marx, Engels, Lennin. Sus seguidores, presos de un fanatismo histérico, emprendieron las cruzadas de salvación del pueblo elegido. Se disputaban la verdadera interpretación del mensaje divino, andaban con los textos sagrados bajo el brazo y citaban de memoria sus pasajes preferidos. Aparecieron sectas que pretendían ser los auténticos representantes del marxismo salvador y acusaban a los demás de "revisionistas". Había que ser un estricto seguidor de los dogmas. La nueva aspiración de todo joven era ser un "auténtico revolucionario". Estos anunciaban el fin del capitalismo según las profecías del marxismo, y muchos estaban dispuestos a acelerar el proceso mediante la violencia, pues el culto a la violencia era parte fundamental del marxismo. 

La violencia fue señalada por el marxismo como la verdadera "partera de la historia". Según las "leyes de la historia" no había transformación histórica sin violencia, por consiguiente la violencia era un paso necesario e inevitable. De este modo la acción violenta, es decir, la revolución, quedó convertida en un método válido, justificado y necesario para acelerar las transformaciones históricas. No había que esperar siglos para que llegara el paraíso comunista anunciado por Marx. Bastaba apelar a la partera de la historia para apurar ese proceso. Después de todo, estaba de por medio la salvación de la humanidad. El noble fin justificaba los medios. Quienes no lo entendían así eran unos necios, cómplices de la burguesía y por tanto enemigos de clase, lacayos del imperialismo, pecadores y, por último, merecedores del castigo divino. El dogma que más repetían los marxistas era: "no hay cambios sin violencia" y otras frases por el estilo como "el poder nace del fusil". De manera que el camino hacia la hecatombe comunista estaba trazado con maestría. Pero además del culto a la violencia, en la mentalidad del marxismo no había individuos sino masas. En una de las más disparatadas visiones del marxismo el individuo carecía de valor, tenía que supeditarse a los intereses de la sociedad. Era un contrasentido, ya que sin individuos no hay sociedad. Privilegiar la sociedad anulando al individuo era un completo disparate pero sigue siendo uno de los pilares de la doctrina marxista.

En suma, el marxismo era una ideología fundada en el odio de clase, el desprecio del individuo y la justificación de la violencia política con miras a un ideal utópico. Con esas ideas las sectas marxistas emprendieron su cruzada provocando las revoluciones más sangrientas que registre la historia. Se ha calculado que en el siglo XX el comunismo provocó cien millones de muertes. El resultado que consiguieron en los países donde triunfó el marxismo solo fue desolación y miseria. Ese y nada más que ese fue todo el aporte concreto del marxismo a la humanidad. Más allá del debate teórico, los hechos han demostrado que el marxismo no fue más que una fanfarronada intelectual que solo era capaz de captar las mentes más infantiles, débiles y menos preparadas. De hecho gran parte de los marxistas se rectificaban en la madurez de sus vidas, lo cual demuestra lo dicho.

Sin ninguna duda nunca ha existido mayor estafa intelectual que la "ciencia social" fundada por el marxismo. Y por desgracia domina el pensamiento de muchos hasta nuestros días. La tentación intelectual por el marxismo no se debe solo a la nobleza de su ética social (que lo justifica todo, incluyendo la violencia) sino que pretende ser una ciencia totalizadora, la ciencia de todas las ciencias. El marxista se ufana de ser un experto en filosofía, economía, derecho, sociología y política, campos en los que Marx garabateó sus tesis para encadenarlos a su lógica. Junto con el psicoanálisis, el marxismo constituyó la mayor moda intelectual del siglo XX, y ambos resultaron ser pura charlatanería, dando paso a lo que más tarde sería conocido como pseudociencias. Nunca se escribió tanto y repitió tanto las relamidas y disparatadas tesis que emergieron del marxismo y el psicoanálisis, a cargo de un ejército de incautos que se sintieron tocados no solo por el encanto sino por el simplismo de esas ideas, que parecían explicarlo todo de una manera absoluta. Además resultaron tener un gran efecto en las masas. 

Todo ese macabro espectáculo de dementes alzados en armas en una cruzada purificadora, no hubiera podido ser posible sin el concurso de dos factores clave: por un lado el auspicio de una pléyade de intelectuales de izquierda alimentando con ideas baratas la fogata diabólica de la revolución, y por otro, la cínica financiación de potencias comunistas que emplearon a los seguidores del marxismo como tontos útiles, en un enfrentamiento de poder con los Estados Unidos durante la Guerra Fría. Mientras el marxismo se extendía como un virus mental que conquistaba con extrema facilidad las mentes de los jóvenes, hablándoles de justicia y redención social, incitándolos a la revolución y al sacrificio con la intensa propaganda que fabricaba mitos como el Che, nadie se preocupaba por mostrar los horrores del comunismo. Estos eran ocultados y maquillados por la prensa oficial para la exportación del modelo. Nunca existieron esas enormes granjas colectivas trazadas con surcos perfectos y verdosas plantaciones cultivadas por felices granjeros que mostraban las revistas soviéticas, albanesas o chinas. Lo que en realidad había era hambre, abusos del Estado, delirios de líderes endiosados a quienes no les importaba nada la vida de sus ciudadanos, crueles experimentos sociales, etc., y todo eso tras una infame cortina de hierro que aislaba a las sociedades esclavizadas por el comunismo del resto del mundo.

La farsa del paraíso comunista se vino abajo en los hechos. Eso ya es historia conocida. Pero lo que permanece en pie son las ideas de izquierda, las mismas que sirvieron para construir esos enormes disparates sociales llamados también socialismo, y que solo sirvieron para probar hasta dónde puede llegar la estupidez humana cuando la ficción se apodera de las mentes disfrazada de "realidad objetiva", y cuando se siguen burdas creencias maquilladas de ciencia y adornadas con dulce palabrería ética. El trabajo del presente es señalar no solo la falsedad de esas ideas sino la debacle total de la moral de izquierda, pues su "ética social" solo pudo generar miseria, degradación y muertes por millones. Trataron de justificar las más horrendas situaciones con una ética social que se pretendía superior en sus fines. Es hora de mostrarlos sin su máscara. Nunca hubo una real ética sino una infantil ensoñación que capturaba mentes incautas, generalmente jóvenes, más afectos a la emocionalidad que a la racionalidad. No hay ética cuando se engatusa a los jóvenes con el discurso de la transformación social, y se le entrega un arma y una ideología que lo justifica todo. También hay crisis moral en esa desfachatez de vender como ciencia algo que no es más que palabrería grotesca y amanerada, así como levantar las banderas de la ética para enjuiciar un sistema económico que genera riqueza en medio de la libertad, mientras se propone como "solución" el totalitarismo, la violencia y la ausencia de libertades que conduce a la miseria generalizada.

En resumidas cuentas, la debacle de la izquierda es total. No solo se revela la falsedad de sus dogmas sino el fracaso de sus ideas plasmadas en los hechos. El socialismo o comunismo, no importan las ridículas distinciones teóricas, solo ha producido miseria. Y que no vengan ahora a decir que nunca hubo verdadero socialismo. En todas las oportunidades en que se ha podido colocar un sistema junto al otro, el capitalismo ha sido superior. Pasemos revista empezando por la URSS y los EEUU, que derivó en el colapso de ese primer gran experimento soviético esperanzador; miremos lo que fue la Alemania Federal y Alemania Democrática donde la miseria del Este provocó la huida generalizada de su población hacia el capitalismo, lo cual motivó la construcción apresurada del vergonzoso muro de Berlín, símbolo cruel y prematuro del fracaso del comunismo. Veamos lo que ocurrió entre el inmenso continente que es China frente a las pequeñas islas de Hong Kong, Taiwan y Singapur. Mientras estas pequeñas islas progresaban en medio de la libertad, el continente chino se sumía en la locura y miseria de la revolución cultural maoista. Para terminar echemos un vistazo a las dos Coreas, donde no hay duda de que Corea del Sur ha superado ampliamente a su hermana del norte en todos los campos. Ya no vale la pena mirar a Cuba, una isla de miseria a la que todos los países le han perdonado la deuda porque es imposible cobrársela, y que ha sobrevivido la última década como una sanguijuela adherida a la Venezuela chavista, otro país que hoy sigue el mismo inevitable derrotero del fracaso socialista. 

Las tesis marxistas resultaron falsas en todos los aspectos. La riqueza nunca surgió de la explotación ni del robo sino de la creatividad, del trabajo y del aprendizaje constante. La falsa ética de la izquierda, por su parte, solo produjo mayores abusos y peores condiciones para los seres que cayeron bajo el yugo del comunismo. Latinoamérica se convirtió en un infierno repleto de focos guerrilleros y terroristas. Hoy la izquierda no tiene modelos, su ciencia marxista ha sido descalificada como farsa en todos los campos: filosófico, económico y científico; cargan con una historia de violencia social y tienen las manos manchadas de sangre. ¿No es suficiente para pedir perdón y desaparecer del escenario? Pero por increíble que parezca, tras una recesión de un cuarto de siglo, hoy resucitan brotes de esa nefasta doctrina. Hay que estar advertidos.

El pretendido socialismo del siglo XXI ha fracasado más rápido aun. Las pruebas están a la vista. Nunca en la historia de Venezuela había ingresado tanta riqueza a sus arcas por simple renta petrolera como las que se dieron en los primeros 12 años de este siglo. Tanto dinero ingresó a Venezuela que los especialistas calculan en cinco veces lo que se necesitó para reconstruir toda Europa devastada tras la segunda guerra mundial. Las cifras superan los dos billones de dólares, suficiente para haber resuelto todos los problemas del país. Sin embargo, gracias al socialismo de Hugo Chávez, lo que hay en Venezuela es crisis económica, crisis social, violencia política, creciente deuda externa, inflación, desabastecimiento, una corrupción épica en un Estado sobredimensionado a cargo de la milicia y el partido, dependencia externa (de Cuba, China, Rusia, etc.) y mucho más. 

La pregunta que debemos hacernos es ¿por qué permitimos que la izquierda siga sosteniendo la bandera de la ética social? ¿Por qué permitimos que la izquierda aun pretenda darnos lecciones de economía y desarrollo? ¿Por qué permitimos que la izquierda siga engatusando a los jóvenes sin hacer mayores esfuerzos por desenmascarar sus falsos valores? Debemos actuar antes de que el marxismo se recobre de la debacle y los intelectuales de izquierda empiecen a maquillar la historia tergiversando la verdad. No olvidemos que esa es su especialidad.