viernes, 17 de octubre de 2014

Los eternos revolucionarios


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

La realidad es insobornable. No importa el cúmulo de retórica que se invierta en su diagnóstico ni cuántos esfuerzos se malgasten en el ridículo intento por controlarla o transformarla. Ella siempre sigue su propio curso ignorando a los iluminados que propugnan cambios revolucionarios, vanos intentos que solo dejan penosos fracasos por todos lados. Pero ni la rotunda derrota del comunismo a escala mundial (el más grande intento de transformación) ha mermado el anhelo humano de cambio y control de la realidad. Todavía se navega en ese mar de la estulticia con la misma retórica y las mismas pretensiones transformistas apenas maquilladas. La historia política de la humanidad es una repetición sin fin, pero para entenderla adecuadamente hace falta quitarle el exceso de retórica y falsas imágenes montadas en cada psicosocial.

A inicios de siglo el Perú vivió una petit revolución, pero no a cargo de los típicos iluminados de izquierda, sino de simples saltimbanquis que se llenaron la boca con la palabra "cambio" y otras frases de cliché que se repiten hasta hoy, tales como "recuperar la democracia", "derrotar la dictadura" y "luchar contra la corrupción". Aquella mini revolución no fue más que una farsa montada a partir de una sola imagen: la de Vladimiro Montesinos sobornando a un congresista para pasarse a las filas del fujimorismo. Imagen que solo confirmaba lo que era un rumor a voces, pues el escandaloso espectáculo de legisladores pasándose al oficialismo no dejaba lugar a dudas. El video lo confirmó. Y fue suficiente para que saltaran a la arena una serie colorida de saltimbanquis de diverso pelaje que alborotaron el escenario tratando de ganar protagonismo y aprovechar el desconcierto.

Como si el transfuguismo no fuera una práctica común en los políticos peruanos hasta el día de hoy, el "vladivideo" fue hábilmente utilizado por una banda de farsantes de la moral como pretexto para montar una supuesta "lucha contra la corrupción". En tanto que los demagogos llamaban "dictadura" al régimen fujimorista, de inmediato surgió la ridícula expresión "recuperar la democracia". Así fue como se montó uno de los más patéticos psicosociales de la historia. El Perú se convirtió en un circo de barrio pobre, con una gran cantidad de malos payasos peleándose por hacer su propia gracia ante una tribuna anhelante de espectáculo.

El preludio del movimiento fue la llamada "marcha de los cuatro suyos" convocada por Alejandro Toledo tras su derrota electoral, un papelón montado como berrinche de mal perdedor. A las cuatro de la tarde del domingo 9 de abril del 2000 se dieron los resultados preliminares de las elecciones generales. Los sondeos a boca de urna de la empresa DATUM dieron como ganador a Alejandro Toledo por un margen de 5%, cifras que fueron cambiando a medida que avanzaba el conteo oficial hasta que el resultado final dio como ganador a Alberto Fujimori por un estrecho margen, cosa que no es nada extraordinario en los resultados electorales en el Perú. Pero esto fue asumido por Toledo como un fraude (reacción electoral muy común en nuestro medio) y convocó al pueblo a marchar por las calles, como también es ya una costumbre en política. No fue un millón y medio de personas como suele ocurrir en Buenos Aires o Caracas. La llamada "marcha de los cuatro suyos" convocó apenas a unas 25 mil personas, pero bastó para darle a Toledo un perfil de líder de masas. La verdadera revolución vendría tres meses después, tras la difusión del video Kouri-Montesinos.

Toda revolución surge con un psicosocial que sirve para justificar las acciones y además ganar aceptación popular. Una circunstancia cualquiera sirve como detonante y pretexto para encender la chispa de esa mezcla explosiva que son las muchedumbres exaltadas junto a una variopinta banda de arribistas y demagogos, trepados en la tribuna liderando el descontento popular. Desde la revolución francesa de 1789 hasta la mini revuelta antifujimorista en el Perú del 2000 las cosas solo se repitieron iguales. Allí está el rey tratando de huir y exiliarse, los panfletarios creando suspicacia y alimentando el odio con mentiras, los improvisados líderes salidos de la nada arengando las marchas con sus propias consignas, la toma del poder, el linchamiento de los derrotados y el triste espectáculo de cabezas rondando. En el Perú también se dio paso a la más abyecta cacería de militares y ex ministros del régimen fujimorista condenados sumariamente por corrupción y otros delitos. La cereza del pastel siempre es la costra de intelectuales que se alquilan como prostitutas para legitimar el nuevo régimen desde el plano ético, jurídico e ideológico, pero sobre todo, para contar la historia a su manera, la que rápidamente será convertida en verdad oficial a ser enseñada a generaciones posteriores. Todo eso ocurrió en Francia en 1789 como en el Perú del 2000.

Vayamos por partes en esta revisión. En primer lugar el régimen de Fujimori no fue una dictadura. Esa es una exagerada generalización hecha a partir del breve lapso en que gobernó sin Congreso luego del golpe del 5 de abril de 1992. El Congreso Constituyente se instaló al año siguiente y en él estuvo representada toda la clase política, con la solitaria excepción voluntaria del Apra que pretendía defender "la Constitución firmada por Haya". Error histórico que luego los impulsaría a cuestionar la C-93 intentando restituirla con la de 1979. Actualmente el Apra ha abandonado ese despropósito y solo sectores radicales del antifujimorismo salvaje, de izquierda y derecha, insisten en ello.

Salvo el APRA, toda la clase política, incluyendo la izquierda, formó parte del Congreso de 1993, y en el de 1995 estuvieron representados todos los partidos. Así que ese epíteto de "dictadura" es realmente ridículo. No se puede confundir autoritarismo con dictadura. El gobierno de Fujimori tuvo todos los vicios comunes a los gobiernos peruanos, anteriores y posteeriores. Hubo una dosis de autoritarismo facilitado por la votación popular que le concedió al fujimorismo la mayoría absoluta en el Congreso de 1995, existieron las clásicas malas artes políticas e incluso corrupción descarada de parte fundamentalmente de Montesinos. Además el régimen se llenó de los típicos cortesanos de siempre, y en especial de esa nube de adulones de poca monta que siempre están dando vueltas al rededor del poder en la política peruana. Algunos se presentan solos con la excusa ya tradicional de "apoyar la gobernabilidad". Tocan las puertas de palacio y se ofrecen como pajes al régimen.

El control político de las instituciones es algo a lo que aspira todo gobierno por naturaleza. Se vio también en la gestión aprista previa y nadie ha llamado dictadura a ese gobierno. Por otro lado, la mayor cantidad de atropellos a los DDHH ocurrieron en los gobiernos de Belaunde y Alan García, pero a ninguno de ellos se los ha satanizado como al fujimorismo ni se les ha cargado delitos de lesa humanidad como ocurrió con Alberto Fujimori. La corrupción, ya se dijo, ha sido una constante en la política peruana a todo nivel. No llegó con el fujimorismo como se ha pretendido hacer creer. Tanto el gobierno anterior de Alan García y el posterior de Alejandro Toledo navegaron en escándalos de corrupción que se investigan hasta el día de hoy o que han sido tapados convenientemente.

La caída de Fujimori obedeció a una imagen infidente que mostró corrupción en el régimen pero además en toda la clase política y mediática. Estaban todos metidos allí. Se horrorizaron al verse en el espejo. Y los que quedaron fuera lo estaban solo por circunstancias ajenas a su propia naturaleza, pero aprovecharon el momento para salir disfrazados de luchadores anticorrupción y defensores de la ética y la democracia. La revuelta antifujimorista se llenó de personajes improvisados, charlatanes de plazuela y vendedores de cebo de culebra que se convirtieron en defensores de la moral. Tan delirante era el escenario que el líder de la comparsa resultó ser un arribista de baja estofa que ya había estado tratando de introducirse en la política desde hacía más de una década: Alejandro Toledo.

La primera aparición de Alejandro Toledo ocurrió en la campaña de 1995 cuando apenas logró sacar el 4% de los votos. Más tarde inscribió otro partido con firmas falsas obtenidas en una verdadera fábrica de firmas falsas montada por su hermana y un notario corrupto, encubiertos más tarde por su propio régimen en una nueva etapa de corrupción política. Alejandro Toledo volvió a participar en las elecciones del 2000. Aparecía en la TV en un spot publicitario agradeciendo al presidente Fujimori por todo lo bueno que había hecho por el país y le pedía ceder la posta. Aseguró que él continuaría la gran obra de Fujimori haciendo el segundo piso. Pero ese perfil de admirador adulón de Fujimori y conciliador amable se transformó de pronto en odio satánico tras el cargamontón antifujimorista orquestado por el Apra y la izquierda. A falta de competidores, Toledo había quedado en segundo lugar en las elecciones y se sintió llamado a liderar el reclamo y asumir el mando de la revolución.

Una vez en el poder, Toledo le entregó el país a la izquierda intelectual, la conocida "izquierda caviar", quienes se encargaron del relato oficial de la historia del fujimorismo y de la lucha antisubversiva a través de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. En este relato el fujimorismo fue convertido en la época más nefasta de la historia y la izquierda fue reivindicada sacándola de su lugar de postración, luego de su aventura violentista. Al mismo tiempo se procedía al ritual de purificación nacional construyendo el cadalso donde rodarían un sin fin de cabezas. Se montó el operativo más perverso de la historia para perseguir a funcionarios del régimen fujimorista y a los militares que participaron en la lucha antisubversiva. A su vez se anularon los juicios a terroristas por considerarlos ilegales y otros fueron liberados sistemáticamente. Se desmontó el Sistema de Inteligencia Nacional considerado símbolo de Montesinos y lentamente se borró todo rastro del viejo régimen, incluyendo la Constitución del 93. Al menos eso intentaron.

De pronto, el primer día del 2005 el Perú se enteró de que nacía una nueva revolución. Esta vez el revolucionario era el comandante Ollanta Humala y su hermano Antauro quien atacó la guarnición policial de Andahuaylas apoderándose de la ciudad tras la muerte de cuatro policías y dos insurgentes. El cabecilla de la revuelta, el comandante Ollanta Humala, se comunicó a los medios para leer desde Seul una proclama a la nación exigiendo la renuncia de Alejandro Toledo porque este había traicionado al pueblo. Finalmente la asonada fracasó y los sublevados fueron apresados. Sin embargo, misteriosamente, el cabecilla regresó al Perú y se libró de toda culpa. Años después sería elegido presidente de la República confundida del Perú. No solo eso. Para completar la escena el primero en correr a felicitar a Ollanta Humala fue Alejandro Toledo, mas no como un acto de mera cortesía democrática sino para ponerse a sus servicios como un aliado por la gobernabilidad. De este modo ambos posaron para la foto como un gesto que resguardaba la democracia.

Ollanta Humala había aparecido en la escena política siendo aun capitán del ejército, sumándose al cargamontón de farsantes luchadores por la democracia durante la caída de Fujimori. Su aporte fue una ridícula asonada golpista conocida como "el locumbazo" por haberse producido en la localidad de Locumba, al sur del Perú, donde condujo con engaños a una pequeña guarnición de reservistas de la milicia para asaltar un campamento minero y dar una proclama radial exigiendo la renuncia de Alberto Fujimori, quien para entonces ya había convocado a nuevas elecciones. El resultado fue su captura y procesamiento, pero luego fue rehabilitado por Alejandro Toledo, quien lo premió además con un cargo en el extranjero. Precisamente el día en que Ollanta pasaba al retiro decidió dar un golpe de Estado contra Alejandro Toledo acusándolo de "traición a la patria", patética acusación empleada por todos los farsantes de la política latinoamericana.

De esta clase de personajes está repleta la historia del Perú. Al día de hoy ambos han convertido sus respectivos psicosociales, es decir, la marcha de los cuatro suyos y el locumbazo, en "gestas heroicas" que son conmemoradas en sus fechas respectivas como un hito de la democracia. Pero además ambos luchadores anticorrupción están siendo procesados por la justicia debido a evidentes actos de corrupción. Por su parte, la costra intelectual de izquierda que barnizó ambos regímenes con su retórica, acabó en el desprestigio y su informe de la CVR, en el descrédito. Mientras tanto, el fujimorismo parece consolidarse como la principal fuerza política del Perú. De este modo se demuestra que la realidad es insobornable. La retórica, los farsantes de la moral, los saltimbanquis de la política y sus psicosociales son solo aves pasajeras que no alteran el rumbo de la historia.


sábado, 19 de julio de 2014

Velasco Alvarado y la izquierda en la decadencia peruana


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Al cabo de casi 40 años del fin de su gobierno, que fue llamado oficialmente "el gobierno revolucionario de la Fuerza Armada", Juan Velasco Alvarado sigue siendo objeto de conmemoración en el Perú. Su recuerdo no es nada grato para la población que padeció aquellos acalorados días de libertades recortadas y fiebre estatista, cuando la vida era muy similar a lo que hoy pasa la Venezuela chavista. Entonces el Perú estaba cubierto de consignas en pancartas y banderolas, himnos e íconos políticos, y se vivía en medio de la constante agitación social, confrontaciones entre diversos sectores gremiales, largas colas para comprar los productos básicos que escaseaban y con todos los medios capturados por el gobierno dedicados a hacer propaganda al régimen, mientras el país rodaba cuesta abajo. Sin embargo, aun hay un reducido sector que sigue celebrando la memoria de Velasco Alvarado: un diario casi clandestino le dedica todos los días su portada, grupos en Facebook publican la imagen del dictador con alabanzas, y el propio presidente Ollanta Humala, declarado admirador del general, lo evoca en sus discursos tratando de copiar sus poses nacionalistas. Eventualmente se desata en los medios y en las redes el debate en torno al significado final del general Velasco en la historia nacional. Siempre es un debate encendido que lleva a unos a magnificar los nobles ideales del velasquismo soslayando cómodamente sus fracasos y, por el otro, a señalar con frialdad los resultados contundentes del desastre que produjo. Vale la pena echar una mirada a esa época.

Para un sector de la izquierda Velasco Alvarado se ha convertido en emblema de sus aspiraciones políticas. El solo hecho de haber realizado cambios radicales tratando de transformar las estructuras sociales por decreto, lo convierte en símbolo de una izquierda siempre anhelante de transformaciones, ansiosa por cambiar el mundo según sus planos celestiales y sus conceptos de justicia social. La historia de la izquierda en todas sus variantes ha sido siempre la misma: obsesión por los cambios y reformas políticas con nobles ideales pero desastres y miseria en los hechos, incluyendo devastadores genocidios que es mejor no recordar. El gobierno del general Juan Velasco Alvarado de 1968-1975 tuvo un abierto sesgo de izquierda y fue sin duda un factor importante para que la violencia de los grupos de izquierda se postergara por casi una década en el Perú, hasta fechas muy posteriores al resto de la región. Sin duda el velascato fue la antesala de la peor época de la historia peruana, signada por la violencia política de los 80, la crisis económica iniciada en 1972 y que se agravó sin remedio por la inacción de los gobiernos posteriores, hasta el colapso final de 1990. La debacle nacional provocada por las apresuradas reformas de Velasco, guiadas por la ideología más que por la realidad, nos llevó a una profunda crisis en diversos aspectos, incrementando la pobreza y la recesión, lo cual generó a su vez las migraciones tanto del campo a la ciudad como de los peruanos al extranjero. Nunca en toda nuestra historia emigraron tantos peruanos como en las décadas de los 70 y 80, desesperados por la falta de futuro en su patria. 

Si bien en los años 90 logramos derrotar al terrorismo y recuperarnos de la crisis económica girando el timón en 180 grados, es decir, reimplantando la racionalidad y la cordura en la política, reduciendo el tamaño y el rol del Estado para otorgarle primacía al mercado y la realidad, quedaron muchas otras secuelas en la sociedad peruana que los gobiernos no lograron curar. Y es que se puede modificar rápidamente la estructura del Estado, deshacerse de empresas públicas quebradas y respetar a los agentes económicos estableciendo nuevas reglas de juego, pero lo que no se pudo hacer tan rápido ni fácilmente fue recuperar los tejidos sociales destruidos por el plan de ingeniería social desarrollado por el velascato, mediante la constante prédica política a través de medios confiscados, así como el accionar de los agentes de izquierda en organismos públicos, comités barriales y sindicatos. Peor aun, luego de la dictadura ni siquiera se intentaron restablecer los valores democráticos, sociales y culturales previos. Durante veinte años el Perú vivió sumergido en ideas e instituciones estandarizadas que la izquierda importó con su "ciencia social". Las estructuras sociales fundadas en añejas instituciones naturales que sustentaban nuestra idea de nación y nuestra identidad, que involucraban valores, usos y costumbres, formas de interrelación, respeto por nuestras autoridades y sus símbolos, sus tradiciones y, en general, el modelo de sociedad y de existencia que los peruanos habían edificado durante toda la República fue destruido por el gobierno de Velasco y sus asesores de izquierda, fundados básicamente en el odio al éxito empresarial, el trauma histórico, el resentimiento social contra "la oligarquía" -signada como la bestia negra a combatir- y orientados por la ideología antimperialista que era el cliché de la época. Las transformaciones sociales del velascato se inspiraron en el modelo comunista aunque predicaban un no alineamiento retórico. Lo cierto es que el Perú fue otra víctima de la ola mundial del comunismo,  y el encargado de imponerlo fue Velasco Alvarado.

Las reformas de Velasco fueron excesivamente ambiciosas y, por tanto, delirantes; al extremo que no hubo casi un aspecto de la vida social que no resultara afectado por el régimen. El mensaje diario del gobierno militar se centraba en una misma frase: "transformaciones profundas". Las ansias reformistas traspasaron la esfera del Estado y la economía para llegar a la escuela, al deporte, al hogar y a la mente del individuo. Fue una auténtica "revolución cultural" que pretendía transformar la mentalidad de las personas creando un "nuevo hombre peruano" a partir del cuestionamiento de todo lo existente, empezando por lo que llamaban el "orden tradicional", "la estructura de poder" o la "jerarquía de dominación social". La tesis era que vivíamos en una sociedad diseñada para favorecer a unos a costa de otros, estábamos manipulados por oscuros y misteriosos poderes fácticos que nos imponían una forma de pensar, hábitos y costumbres para perpetuar su poder y privilegiar sus intereses. Todo eso debía ser aniquilado y cambiado de raíz para crear un nuevo mundo más justo. Por tanto la revolución suponía la destrucción de todo lo existente, la eliminación de la burguesía vista como los enemigos de clase y traidores a la patria, es decir de toda la clase empresarial y terrateniente. Esto era simple. Bastaban miles de confiscaciones. Pero eso no era todo.

A diferencia de cualquier partido político que aspira al poder para crear y administrar bienes y servicios comunes para la población, el socialismo buscaba el poder para transformar el mundo. Combatía a un enemigo idealizado y proponía un nuevo modelo desconocido de sociedad. La realidad era dejada de lado para prestar atención a la doctrina. No era necesario atender la realidad pues la explicación del mundo y sus problemas -así como las soluciones- estaban escritos en textos sagrados. Estos llegaban en panfletos y se repartían como pan en las universidades con la etiqueta de "ciencia social". El comunismo había inventado la explicación total, la solución definitiva y el pensamiento único y verdadero. Como todo pensamiento sectario, el comunismo señalaba a un "enemigo de clase" al que había que odiar y destruir, no porque nos hubiera hecho algún daño directo sino porque eran lo que eran: capitalistas. La izquierda afirmaba tener la ciencia de su parte y, por tanto, los demás no solo estaban inevitablemente equivocados sino en pecado mortal, por tanto eran acusados de traidores, vendepatrias, lacayos del imperialismo, agentes de la CIA.

La izquierda luchaba contra una imaginaria "estructura de dominación" la cual buscaba destruir para imponer su ilusoria "justicia social". Tal estructura tenía además una "ideología de dominación" que también debía ser eliminada de las mentes con un intensivo adoctrinamiento que se iniciaba en la niñez. En realidad ellos eran los únicos que tenían una ideología. Nunca hubo en el mundo ninguna ideología que manejara la existencia humana sino hasta que el socialismo empezó a aplicar la suya. En medio de ese delirio ideológico para luchar contra los poderes invisibles, el gobierno de Velasco le declaró la guerra a todo, desde la historia hasta las ideas y creencias vigentes, también a los partidos políticos llamados "tradicionales", así como a las demás instituciones "tradicionales". Todos los valores tradicionales debían ser eliminados pues habían sido impuestos por el imperio norteamericano colonialista y decadente. Lo tradicional y anterior pasó a ser sinónimo de malo, y lo nuevo se convirtió en lo bueno. Y todo lo nuevo venía con el sello de "revolucionario". El Estado fue declarado antimperialista, anticolonialista y nacionalista. Es decir, en lugar de Constitución el Estado tenía una ideología y señalaba a unos enemigos de la patria, enemigos externos e internos, no porque amenazaran la paz sino porque la doctrina política de odio social lo requería. El pueblo debía unirse para luchar contra los enemigos de la patria: el colonialismo norteamericano y sus transnacionales, así como los grupos de poder oligárquico. Cada golpe contra la oligarquía (típicamente una confiscación) era celebrada como un triunfo de la patria. El pueblo tenía una misión: odiar y derrotar al enemigo. Había que unirse en torno al gobierno salvador de la patria. Nadie notaba que esa forma de "salvación" era más bien una destrucción de la patria.

Desde luego que Velasco también puso en la mira a la Iglesia, aunque cierta familiaridad con el cardenal y el apoyo de un sector de la Iglesia a la revolución redujo las fricciones. La construcción del "nuevo hombre peruano" se planteaba como la mayor aspiración de la revolución, sin nada que envidiar a otras revoluciones comunistas de iguales objetivos. De esa lucha frontal contra la dominación ideológica del imperio no se salvó ni la Navidad. Se cuestionó el uso del árbol de Navidad y la imagen de Santa Claus. Tampoco se salvaron los superhéroes. Supermán fue combatido por ser un símbolo evidente del poder del imperio norteamericano. Hasta el ratón Mickey acabó proscrito. Había que salvar la mente de los niños, por lo que ciertos programas infantiles de la TV fueron vetados.

En medio de esa guerra ideológica se combatieron los "mensajes ocultos" de la publicidad de Coca Cola, obligándolos a eliminar la frase "toma Coca Cola" porque escondía un "mensaje subliminal". La limpieza cultural afectó incluso al himno nacional cuya primera estrofa fue censurada por derrotista. En su lugar se ordenó cantar la última estrofa y con la mano derecha sobre el pecho, mientras se alentaba un patriotismo chauvinista. Se decretó entonar el himno en momentos específicos, las emisoras de radio y TV debían propalar el himno nacional 3 veces al día, y una vez el Himno de la Revolución que, dicho sea de paso, era tan motivante como La Marsellesa. Ni las calles se salvaron. Se cambiaron de nombre las avenidas que tuvieran nombre de algún norteamericano como Pershing o Wilson. En suma, para no cansar, porque podríamos llenar páginas con los delirios reformistas del velascato, lo concreto es que la revolución de Velasco fue la época más delirante de la historia. La vida se llenó de consignas, himnos, iconos, símbolos y el gobierno se iba apoderando de todo lentamente: la prensa, la radio, la TV, las empresas, los supermercados, etc. Por todos lados aparecían marcas que llevaban el nombre de Perú: Aeroperú, Petroperú, Enturperú, Siderperú, Mineroperú, Pescaperú, Entelperú, etc. 

Queda claro pues que la revolución velasquista no fue solo una especie de socialismo del siglo XXI. Fue mucho más que eso. No se centró tan solo en el aspecto económico estatizando tierras, haciendas, medios y empresas. Tampoco se interesó demasiado en implantar una estructura partidaria que garantice su poder y la legitime formalmente. La revolución velasquista se concentró muy seriamente en la tarea de transformar la cultura nacional, en crear una sociedad diferente con nuevos valores a partir del descarte y repudio de todo el pasado. La retórica de condena al pasado incluía a la "democracia tradicional" y a los "partidos políticos tradicionales" que fueron responsabilizados por el subdesarrollo de la nación, se les acusó de "entreguistas" por haber firmado contratos con las compañías transnacionales que explotaban nuestros recursos. Se trataba de un auténtico lavado cerebral, un experimento de ingeniería social tan común en esos tiempos en el mundo comunista. Por ello se desplegó una amplia propaganda ideológica que no descuidó ningún medio. De hecho se le dedicó especial atención a la educación creando el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Educativo -INIDE- donde se fabricaban los textos de reeducación para los maestros y estudiantes. La tarea de transformación mental había que iniciarla con los maestros, por lo que estos debían ser reeducados en la nueva ideología revolucionaria. Todo un ejército de ideólogos marxistas estaban abocados a la tarea de confeccionar la literatura de la revolución. Fue la gran época de los sociólogos.

Los primeros cambios en la educación estuvieron encaminados a implantar el igualitarismo como el núcleo central de la nueva cultura. Se modificó el sistema de calificación eliminándose las distinciones entre los que sabían más y los que menos. De tal modo se implantó la tesis de que todos estaban en  un mismo proceso y que el logro de las metas era tarea de los profesores y no dependía de las diferencias entre los estudiantes. Se prohibió el uso de uniformes distintivos de cada colegio implantándose el uso obligatorio del "uniforme único" de color gris para todos. Los maestros fueron obligados a asistir a seminarios de capacitación en donde se les enseñaba la nueva ideología de la revolución aplicada a la educación. Había que desterrar esa mala costumbre de generar distinciones basadas en méritos. Extirpando las distinciones en la escuela sería más fácil implantar un igualitarismo social, primera fase del comunismo.

Recuerdo la molestia de mi madre en esos días. Como maestra debía asistir a esos talleres y luego volvía con sus compañeras para comentar en tono indignado la experiencia. Los capacitadores ya no eran los atildados y enternados maestros de buena dicción que usualmente se ocupaban de dar esos talleres en las épocas previas. La revolución enviaba tipos en blue jean y zapatilla que entraban mascando chicle y se sentaban sobre el escritorio, tuteaban a todos y les exigía a los maestros tutearlo. El trato igualitario era uno de los primeros cambios que había que implantar, tirando al tacho el tradicional trato reverencial del pasado. Tampoco debían preocuparse en vestir bien ni en buenos modales ya que eran taras culturales destinadas a venerar a los poderosos y distanciarse de los humildes creando falsas diferencias sociales. Había que volver a lo natural y auténtico. La moda debía ser proscrita por alienante y generadora de distinciones. Había que admirar a pueblos como China, donde todos vestían igual. Para entonces por lo menos los escolares de todo el país ya vestían igual. Me consta el espanto que generaban en las maestras aquellas ideas predicadas en los talleres de reeducación, aunque hubo un sector en el gremio sindical educativo que apoyó todas esas reformas. De ese núcleo surgiría más tarde el grupo terrorista Sendero Luminoso. 

Las reformas velasquistas en lo político, social y económico nos llevaron a una crisis sin precedentes en la historia durante la década siguiente. Más allá de estos críticos resultados económicos, en lo político la izquierda alcanzó a hacer realidad su prédica de 20 años: la guerra popular. Aunque de popular no tenía nada. Fue tan solo el accionar terrorista de dos bandas de criminales armados que le declararon la guerra al Estado. Unos se dedicaron a abusar de los campesinos asesinándolos si no los apoyaban, mientras que los otros se dedicaban a secuestrar empresarios para financiar sus acciones armadas al estilo FARC. La izquierda en su conjunto giró en torno al terrorismo en los 80.

La deuda externa sumada al peso que representaba mantener un Estado sobredimensionado, además de cubrir las pérdidas de las empresas públicas, la baja productividad y merma de la recaudación fiscal hicieron colapsar la economía. Redondeando cifras en 1990 se calculaba la deuda externa en unos US$ 23 mil millones, las pérdidas acumuladas de las empresas públicas rondaban la misma cifra y las pérdidas ocasionadas por el sabotaje terrorista superaban los US$ 25 mil millones. Todo esto quiere decir que el peso de la deuda total del Perú en 1990 se acercaba a los US$ 75 mil millones. 

Todos estos problemas se enfrentaron radicalmente en los 90 bajo el gobierno de Alberto Fujimori, logrando detener al terrorismo como la hiperinflación. Luego reestructuró el Estado y modificó las bases de la economía. Con eso el país empezó a recuperarse, al menos económicamente. Pero muchas secuelas del velascato perduran hasta hoy, como la crisis de las empresas agroindustriales azucareras. La situación de un agro parcelado y anacrónico, sin tecnología ni administración moderna, no fue un problema de rápida solución. La inmensa deuda generada por las confiscaciones de la reforma agraria quedarían como un pasivo permanente. Pese a las rápidas reformas de Fujimori, la sociedad seguía en un deterioro inexorable. Algo había que no marchaba en el país. No fue fácil recuperar la confianza en la moneda nacional ni en los ahorros, pero además se perdió el sentido de la autoridad y todos se creían con derecho a reclamarle al Estado por su bienestar, la clase política pasó a la categoría de paria social y la política pasó a manos de aventureros. Quedó en la sociedad la idea de buenos y malos en lugar de ciudadanos y compatriotas. La vieja costumbre de culpar a otros por nuestros males parecía al fin haberse detenido, pues era evidente que habían sido los propios peruanos los causantes de su desgracia. Sin embargo, los viejos asesores del velascato pasaron a ser una costra intelectual que desde sus ONGs, predicaban recetas políticas de bien social, siguiendo las pautas de lo políticamente correcto, con aire de autosuficiencia y falsa independencia ideológica. Para colmo, en unos años volvieron a asesorar al Estado.

Como se dijo, es fácil recomponer una economía quebrada. Toma un tiempo muy corto. Sin embargo no lo hicieron los gobiernos posteriores a Velasco (como el del general Morales Bermúdez, Belaúnde y mucho menos Alan García). Pese a la crisis estos gobiernos no emprendieron la recomposición de la nación. Mientras que Morales Bermúdez (1975-1980) y Belaunde (1980-1985) apenas se limitaron a detener la fiebre reformista del velascato, Alan García (1985-1990) volvió a encender la pasión por los cambios radicales de izquierda: guerra al imperialismo y al FMI con el cese del pago de la deuda externa, nacionalización de la banca, control de precios y de divisas, manejo descontrolado del Banco Central, etc., lo que acabó generando el colapso total del país. Entonces cabe preguntarse ¿por qué no restituyeron el esquema político y económico previo a la revolución velasquista en lugar de insistir en la ruta a la debacle? La pregunta es válida hasta el día de hoy cuando vemos varios países retomando el camino fracasado del socialismo con mucho vigor y demagogia, pero con los mismos inevitables resultados catastróficos ya visibles. Veamos el caso peruano.

Los gobiernos que sucedieron a Velasco no cambiaron los fundamentos socialistas de la economía por dos motivos básicos. Primero porque la izquierda se aseguró, a través de la propaganda ideológica, de imponer nuevos valores sociales e identificar los cambios de la revolución con el patriotismo. Una estrategia típica del comunismo que funciona muy bien en Cuba de los Castro y la Venezuela chavista. En un gobierno de izquierda, atentar contra el gobierno y su accionar es atentar contra la patria. No se puede disentir del modelo porque significa traición y, por tanto, condena. Pretender ir contra los cambios impuestos por la revolución velasquista significaba ofender a la patria. El régimen de Velasco incluso se tomó el trabajo de envolver todas sus empresas estatales con la etiqueta de "Perú", creando así la idea de que estaban íntimamente vinculados a la patria, eran un activo de la nación y debían ser defendidas. Se sembró la idea de que estas empresas habían sido "recuperadas" para el país y que eran algo muy similar a los símbolos de la patria, que se ocupaban de actividades etiquetadas como "estratégicas" para promover la idea de que tenían que estar en manos del Estado sin ninguna duda. Todas estas estrategias se puede apreciar hoy mismo en Venezuela y Argentina, además de Cuba, países donde el gobierno se ha recubierto con las banderas de la patria y con frases de cliché que evocan la patria: "Hay patria", "Tenemos patria", etc.

Por todo ello Belaunde solo se atrevió a devolver los medios confiscados y restablecer las libertades cívicas. Casi todo el esquema estatal y económico quedó intacto. Apenas se atrevieron a retirar en silencio las imágenes de Túpac Amaru que se lucían por todos lados, pero nunca se emprendió la tarea de restablecer el orden social, devolver las haciendas a sus propietarios anteriores o pagarles lo adeudado. Tampoco se intentó cambiar los valores e ideas de izquierda institucionalizadas, es decir, el país se mantuvo con el lavado cerebral que la izquierda realizó durante 12 años, por ejemplo, contra la "oligarquía" identificada con la clase empresarial. Tampoco se confrontaron los íconos ideológicos implantados por la izquierda tales como la nefasta estabilidad laboral, los llamados "derechos sociales", la gollerías sindicales que fueron enmarcadas como "conquistas laborales", el igualitarismo como ideal social, el paternalismo del Estado en todos los ámbitos de la vida, la pobretología como ideario político, etc. Nada de eso se cambió. Nunca le importó a nadie combatir estas ideas. Peor aun, todos agacharon la cabeza ante ellas y acabaron comulgando con el catecismo de izquierda, asumiendo que era el modo correcto de pensar en política. Así fue como se puso de moda lo "políticamente correcto" como una forma amanerada de pensar al margen de la realidad y los costos económicos. Para colmo, esa élite intelectual engendrada por la revolución velasquista pasó a conformar la red de ONGs desde donde salían los estudios sociales para la academia, las fuentes de referencia para los columnistas de diarios, y para las consultorías al Estado. Lo "políticamente correcto" era el pensamiento oficial del velascato convertido en verdad suprema y ciencia social. En añadidura, la casta intelectual de izquierda llegó a los cargos más altos en instituciones internacionales como la ONU y sus satélites. Desde allí venían los dictados de políticas de Estado y los planes y programas a desarrollar en el terreno social, laboral, ecológico, etc.

La segunda razón por la que no se emprendieron los cambios para revertir las transformaciones velasquistas fue porque los militares impusieron a la clase política una nueva Constitución que asegurara el modelo de izquierda impuesto. La consigna militar fue muy clara a la hora de convocar a la Asamblea Constituyente: "redactar una nueva Constitución que consolide las transformaciones profundas de la revolución". De este modo la clase política asumió el encargo de institucionalizar todo lo actuado a la fuerza. Había que legalizar el despojo en nombre de la justicia, el abuso en nombre de la autoridad, la mediocridad en nombre de la igualdad, el controlismo estatal en nombre de la equidad y la demagogia como método y fundamento político. Había que perpetuar la división de peruanos entre buenos y malos, patriotas y traidores, nacionalistas y vendepatrias, explotadores y explotados, pueblo y oligarquía. Como cabía esperar, la Asamblea Constituyente de 1978 tuvo una importante presencia de izquierda, además del ala más radical del APRA, un partido de izquierda no marxista que durante el velascato andaba pregonando que los militares hacían "aprismo sin el APRA". En efecto, muchas de las reformas fueron reclamadas por el APRA como pertenecientes a su programa, en especial la colectivización del agro y el carácter antimperialista del Estado, cualquier cosa que eso fuera. Así la Constitución se redactó en medio de ese ambiente viciado de ideología caldeada, demagogia bullente, poses patrioteras, ansiedad de lucir como los transformadores más radicales proponiendo las fantasías sociales más delirantes convertidas ya en programas políticos. La Constitución de 1979 fue el producto de todo ese ambiente ideológico delirante y bullente que fue el preludio de la peor década de nuestra historia.

En síntesis, podemos decir que el Perú estuvo manejado por las ideas de izquierda desde 1968 hasta 1992, cuando Alberto Fujimori, tras un golpe de Estado, cierra el parlamento y convoca a un nuevo Congreso Constituyente. Fueron casi 25 años en que estuvimos regidos por un esquema político y económico de orientación socialista, pese a la pequeña apertura económica vivida durante el gobierno de Belaunde. Es falso entonces que la izquierda pregone que jamás gobernaron. No lo habrán hecho de forma partidaria pero si a través de los militares y una Constitución que instauró un país con un régimen izquierdista en todos los aspectos. Como ya se dijo, el Perú no se pudo salvar de la gran ola mundial del socialismo. Para los años 80 casi un 75% del mundo estaba en manos de regímenes de izquierda de orientación comunista o socialista. Esta tendencia terminaría con la muerte de Mao Tse Tung en China a fines de los 70 y el colapso de la Unión Soviética a fines de los 80. Fue una pesadilla que sacudió gran parte del mundo dejando más de cien millones de muertos, de los cuales el Perú puso su pequeña cuota de 25 mil seres humanos caídos por culpa de una utopía infernal.

jueves, 15 de mayo de 2014

La amenaza progresista sobre la prensa peruana


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Jean Francois Revel decía que la libertad se halla en peligro cada vez que se empieza a hablar de ella, en especial cuando se exigen definiciones de libertad. Y cuánta razón tenía el viejo luchador francés. Siempre que aparecen los teóricos y retóricos tratando de enseñarnos lo que es la "verdadera libertad" y cómo protegernos de los peligros contra la libertad, lo que resulta invariablemente es la pérdida de la libertad. Lo hemos visto tantas veces que parece la saga de una misma película: "Defendamos la libertad", parte I, II, III, etc.

El recurso es bastante simple y hasta pueril. Alguien -que puede ser el gobernante, la dictadura, un lobby de poder como las ONGs- pretende ejercer el control anulando a sus enemigos, entonces apela a la conocida y relamida estrategia: empieza cuestionando el verdadero sentido de la libertad, luego señala como enemigos de la libertad a sus opositores y enseguida propone defender la libertad con medidas preventivas que garanticen la libertad y la defensa de los derechos ciudadanos. Estas medidas, en el caso de la libertad de expresión, van desde la confiscación de los medios hasta una ley de restricciones diversas. Que no nos cuenten el mismo viejo cuento ahora. Ya lo conocemos.

El peor peligro para la libertad son justamente los autodenominados "defensores de la libertad" y sus leyes protectoras con que pretenden garantizar la "auténtica libertad". Recordemos a los barbudos que llegaron a La Habana gritando "libertad" el 1 de enero de 1959 y acto seguido montaron una dictadura que ya lleva 55 años de opresión. Ese fue el primer acto de esta gastada película socialista que se va extendiendo por el continente como una peste de sífilis. Hoy mismo los regímenes que más hablan de libertad de expresión son los que han acallado a la prensa y censurado a los medios, siempre con los mismos melosos argumentos. Así que cuando escuchen hablar de libertad, prepárense a perderla o a defenderla, lo que significa rechazar a los farsantes de la libertad.

Lo que se vive por estos días en el Perú con la cantaleta de la "concentración de medios" no es más que otra versión de la vieja amenaza progresista contra la libertad, en sus variantes de libertad de empresa, libertad de prensa y libertad de expresión. Amenaza camuflada obviamente con un colorido y emotivo discurso a favor de la auténtica libertad de expresión y la defensa de los derechos del ciudadano. Todos los farsantes se disfrazan de Robin Hood. Ocultan sus verdaderas intenciones, sucios intereses y hasta sus bajas pasiones, para mostrarse como defensores de la patria, del humilde, del pobre y del ciudadano. Así que nuestra primera tarea es quitarles la máscara. Acá nadie actúa en función de valores o principios, solo hay intereses, ambiciones, revanchismo y mezquindad.

El pleito empieza justamente cuando el grupo La República (GLR) pierde la ocasión de comprar acciones de EPENSA a manos del Grupo El Comercio (GEC). ¿Por qué es tan importante esta compra? Porque EPENSA cuenta con diarios que se venden bien. Sumando las ventas de los diarios que ya tiene el GEC con los de EPENSA alcanzan al 78% de las ventas de diarios. Hay que recalcar que estamos hablando de ventas. Es decir, de algo que en última instancia decide el ciudadano libre al elegir qué diario comprar. A partir de este traspié empresarial el GLR empieza su pataleta y acusa al GEC de acaparador de medios. Así es como empieza todo este cuento al que luego la progresía se ha sumado muy alegremente, retomando su viejo discurso a favor del control de los medios.

Para cualquiera que tenga dos dedos de frente es obvio que no se trata de ningún acaparamiento de medios. En el Perú hay más de 60 medios impresos y pueden haber más. No hay límite para el ingreso de nuevos medios. De hecho, a cada rato aparecen nuevos medios y la suerte de cada uno depende finalmente de las decisiones que tomen individualmente los ciudadanos libres. Las empresas editoriales están en libertad (al menos por ahora) de lanzar nuevos productos al mercado cuando lo estimen conveniente y alterar, según su calidad, la distribución de las ventas. ¿Dónde es que está pues el supuesto "acaparamiento de medios"?

No hay nada de eso. Detrás del discurso hueco y sin sustento podemos distinguir a dos sectores muy claramente definidos. Por un lado un grupo de perioditas que se sienten afectado por el GEC, y por el otro, el progresismo que atiza el fuego y prepara la ley de intervención de los medios. Se han dado cuenta de que el cuento de la "concentración de medios" no va a funcionar y han cambiado de estrategia. Ahora ya no se habla del falso "acaparamiento de medios" sino de riesgos, del posible peligro que podría representar un oligopolio para la libertad y el derecho a la información de los ciudadanos. Así que pretenden curarnos en salud con una ley regulatoria. Es triste ver a distinguidos y antes respetados periodistas haciendo el papel de tontos útiles del progresismo. La izquierda hace su propio juego, que es el mismo juego de siempre, el eterno propósito de la izquierda: acallar a sus enemigos utilizando la ley, combatir el éxito y resguardad la mediocridad general.  

Está claro que lo que la izquierda anquilosada añora es traerse abajo al GEC y derribar así al gigante de los medios y baluarte del liberalismo en el Perú. Un viejo sueño de la izquierda setentera y velasquista. Esto es lo que hay en el fondo del asunto: el añorado sueño de la izquierda de controlar los medios de expresión para controlar las ideas de la gente, tal como lo han hecho en Cuba. Si alguien quiere tragarse el sapo de los supuestos riesgos a la libertad de expresión y del ridículo cuento de la concentración de medios es cosa suya; pero el único riesgo para la libertad empieza cuando se permite que el Estado intervenga en un asunto que solo debe competir a los ciudadanos libres, quienes regulan el mercado todos los días mediante su sabia decisión de comprar o no comprar, criticar, cuestionar, opinar y publicar.

Ciertamente el asunto por ahora está en manos del Poder Judicial, pero sabemos de sobra cómo actúa el progresismo. Nunca aceptarán una sentencia desfavorable. Apelarán y apelarán de instancia en instancia hasta llegar a la CIDH, donde al final siempre se salen con la suya de alguna manera extraña. Su ansiedad es tal que han pretendido saltarse todas las etapas apelando al recurso de la consulta a la Corte IDH. Esta ya respondió con una ambigüedad que no sorprende en el mundo del derecho en estos tiempos: ha dicho que puede dar una opinión, la cual no es vinculante pero que tiene "indudables efectos jurídicos". 

Lástima que el Perú esté por sumarse a la ominosa cadena de opresión de la libertad de prensa que el socialismo del siglo XXI viene imponiendo en Venezuela, Argentina y Ecuador. Lástima que el Perú se vea en una situación de amenaza real a la libertad de expresión, de empresa y de prensa por un lobby de ONGs de izquierda, que han empezado a jugar el juego que les ha dado mejores resultados en los últimos tiempos: las leguleyadas con el disfraz de la defensa de los DDHH y las presiones en el ambiente judicial, donde coquetean con los jueces a través de conocidas prebendas como becas, cursos y viajes de capacitación, docencia universitaria y promesas de empleo post jubilación. Y es una lástima también que existan tontos útiles en el periodismo nacional, que no saben perder y terminan prestándose al juego de los verdugos de la libertad.


miércoles, 30 de abril de 2014

El terrorismo del siglo XXI y el fracaso de la Comisión de la Verdad y Reconciliación


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

En los últimos años se ha venido reportando la reaparición del grupo terrorista Sendero Luminoso, bajo su moderna fachada y denominación: "Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales", MOVADEF. Una agrupación que por ahora está centrada en pedir la liberación de sus principales líderes, pero que no ha abandonado su ideología ni ha dejado de crecer infiltrándose en diversas organizaciones. Su existencia es cada vez más activa y notoria. La Asociación Nacional de Rectores ha denunciado la presencia del Movadef en ocho universidades, en donde ya han causando estragos, como ocurre en la Universidad Santiago Antúnez de Mayolo, de Huaraz y nuevamente en La Cantuta, de Chosica.

Pero además de las universidades, Movadef está presente en lo que fueron sus bases matrices en el siglo pasado: el sindicato de maestros, donde hoy tiene su propia facción conocida como CONARE, que puso en jaque al Ministerio de Educación el año pasado. Así pues podríamos decir que la historia empieza a repetirse. Incluso por el hecho de que muchos tienden a minimizar la presencia de este nuevo senderismo.

Debemos tomar en cuenta que la mayoría de terroristas capturados el siglo pasado ya están libres, unos porque fueron alegremente excarcelados por ministros de justicia como Diego García Sayán, y otros porque simplemente cumplieron su condena. El hecho es que el senderismo está recuperando sus cuadros y, para colmo, algunos han llegado a ganar elecciones regionales, como es el caso del presidente regional de Tumbes. Otros conforman movimientos de diversa fachada como frentes de defensa, el activismo antiminero y ecológico, o son miembros de connotadas ONGs. En suma el senderismo está de vuelta y empieza a crecer.

Frente a esto debemos hacernos una pregunta crucial: ¿Cuál es la responsabilidad de la Comisión de la Verdad y Reconciliación frente al resurgimiento de las bandas terroristas y en sus mismas fuentes tradicionales como las universidades y el sindicato de maestros? La CVR fue creada, entre otras razones, para "recomendar reformas institucionales, legales, educativas y otras, como garantías de prevención, a fin de que sean procesadas y atendidas por medio de iniciativas legislativas, políticas o administrativas" (1).

El objetivo principal de la Comisión de la Verdad y Reconciliación fue precisamente proponer los cambios esenciales para asegurar que la ideología de la violencia política no siga regándose entre los jóvenes y que nunca más vuelva a suceder la pesadilla del accionar terrorista. La CVR debía pues recomendar cambios para evitar que vuelva a ocurrir la predica ideológica nociva que vivimos desde los años 60 y 70 del siglo pasado y su estallido macabro en los 80. ¿Cumplió? Evidentemente no. A pesar de la exagerada defensa de su informe final por parte de sectores de izquierda, quienes precisamente utilizaron la frase "para que no se repita" como eje de su campaña, la película de la violencia política parece repetirse, al menos ya en sus capítulos iniciales. ¿Por qué ocurre esto?

Esto ocurre porque -tal como ya lo habíamos advertido en estudios anteriores- la CVR tuvo grandes vicios que no solo la hacían inviable sino incluso ilegítima. Reseñemos brevemente estos vicios, antes de proseguir con el análisis de su fracaso frente a las evidencias del resurgimiento senderista.

a) Su inesperada e inconsulta creación por parte del ministro Diego García Sayán, en medio de un gobierno transitorio cuya única misión era convocar a elecciones y restituir la normalidad institucional del país. Luego se sabría que Diego García Sayán era dueño de la ONG "Comisión Andina de Juristas" cuya labor es precisamente asesorar a los gobiernos en materia de DDHH y este tipo de comisiones. Es decir, había un evidente conflicto de intereses por parte de García Sayán, y para colmo, varios miembros de su ONG terminaron como integrantes de la CVR.

b) La conformación de la CVR  fue la peor que pudo darse, pues había un importante sesgo ideológico de corte precisamente marxista en la mayoría de sus miembros, quienes eran connotados líderes de izquierda, además de miembros de facciones radicales involucradas en violencia política, a lo que cabe añadir amistad personal con Abimael Guzmán. ¿Cómo pues podían dirigir la investigación de sus aliados y amigos ideológicos? De hecho no lo hicieron. Más bien se dedicaron a investigar al Estado, las FFAA y especialmente al gobierno de Fujimori.

c) Durante su labor, la CVR se focalizó en la búsqueda afanosa de víctimas de violaciones de DDHH por parte de las FFAA, como lo han señalado diversos testigos y periodistas investigadores. Además ignoró el testimonio de policías y militares, como luego lo reconocieron algunos miembros de la CVR, admitiendo incluso que ello fue un craso error. Por tanto su informe está sesgado.

d) Como era de esperar, el informe final de la CVR señala al Estado como un actor más en la violación de los DDHH, al mismo nivel que los grupos terroristas, considerándolo incluso más responsable. Además acusa un evidente sesgo antifujimorista, empleando un lenguaje poco digno. Está demostrado mediante análisis de texto el tratamiento diferenciado que la CVR hace entre Alberto Fujimori, a quien llenan invariablemente de epítetos, y a Abimael Guzmán, a quien tratan con guantes de seda. El informe está repleto de condenas a Alberto Fujimori y su gobierno, pero no hay una sola condena a los grupos terroristas, a quienes ni siquiera se les llama terroristas. 

Larga es la lista de críticas que se han hecho a la CVR y su informe final en estos diez años. Es evidente que no ha logrado su cometido de reconciliar al país sino todo lo contrario. El sesgo ideológico y político de la CVR acabó polarizando a la sociedad. El informe final de la CVR solo ha servido para generar un antifujimorismo militante. Lo cierto es que solo los sectores de izquierda, especialmente los influenciados por las diversas ONGs de DDHH de tendencia izquierdista -e incluso de origen subversivo- defienden el informe de la CVR. El resto del país lo rechaza o lo ha dejado de lado discretamente. A estas alturas no se puede ya negar el descrédito en el que han caído la CVR y su informe final. Pero el último puntillazo se lo está dando la propia realidad, con el reaparecer de la subversión como si nada hubiera ocurrido en el Perú. 

No es raro pues que la subversión reaparezca tras la labor de la CVR puesto que esta solo se preocupó de cuestionar al Estado, las fuerza policiales y fuerzas armadas. Es por esto que los sectores de izquierda deliran ante el informe y lo defienden con marchas y lemas como "para que no se repita". Lo que ellos no quieren que se repita es la respuesta del Estado. Han criticado a sus hermanos terroristas por desviados y extremistas pero no han renegado de su ideología marxista. El mismo informe de la CVR reivindica lo que llaman la "verdadera democracia", es decir, la "democracia participativa" fundada en organizaciones populares de base y en asambleas populares. Nunca hubo un deslinde con esa ideología.

Frente a todo esto sería conveniente echar una mirada directa a las recomendaciones que la CVR hizo. Debemos saber cómo pensaban enfrentar el futuro a fin de precaver la reaparición del fenómeno terrorista. El capítulo 2 de la cuarta parte del informe final de la CVR contiene estas recomendaciones. Están divididas en 4 puntos: reformas institucionales, programa integral de reparaciones, plan nacional de intervenciones antropológico-forenses, y mecanismos de seguimiento. Como se puede observar a simple vista hay un mayor énfasis en dar recomendaciones destinadas a mantener el trabajo de las ONGs de DDHH casi ad infinitum, en especial con un pretencioso y delirante plan de excavaciones de fosas por todo el territorio nacional e identificación de huesos. Tres de los cuatro puntos se preocupan por mantener la labor de las ONGs prácticamente para los próximos 20 años.

Lo que en realidad era la misión más importante de la CVR, es decir, sus recomendaciones "para que no se repita", está contenido bajo el título "Reformas Institucionales". Sería de suponer que allí encontráramos las reformas destinadas a evitar que la historia de terror se repita, pero lo que en verdad encontramos es una retórica sutil destinada a cambiar la historia para convertir a los villanos en héroes y a los héroes en villanos. Leamos:

"La Comisión de la Verdad y Reconciliación hace estas recomendaciones, que se desprenden de su examen de la violencia, con el propósito de desterrarla como medio para resolver nuestros conflictos, y establecer un nuevo pacto social de modo que el Estado sea realmente expresión de todos los peruanos. Dos de las dimensiones de la reconciliación que queremos resaltar aquí es la del Estado con los peruanos más afectados por la violencia, víctimas también del abandono y la indiferencia, y también la de la sociedad peruana con los muchos héroes de la derrota de la subversión y el logro de la paz, presentes en todas las regiones, todos los sectores sociales, expresión de lo mejor de la peruanidad, que merecen ser reivindicados". (2)

Como ya hemos analizado en otros estudios, el enfoque de la CVR está sutilmente orientado a señalar al Estado como el principal responsable de la violencia, por ello nos plantea que la reconciliación debe darse entre "el Estado con los peruanos más afectados por la violencia" que además han sido "víctimas también del abandono y la indiferencia" del Estado. Por su parte la sociedad debe reconocer a los verdaderos héroes de la derrota de la subversión ¿quiénes son? "todos los sectores sociales, presentes en todas las regiones". Este ninguneo de la labor del Estado y sus FFAA y policiales como agentes activos de la pacificación, cambiando su rol de defensa de la población al de agentes del terror, es el eje del pensamiento CVR. Es por ello que sus recomendaciones nunca apuntarán a las verdaderas raíces del mal sino hacia el maquillaje burocrático estatal con objetivos idílicos.

Las recomendaciones de la CVR se resumen en 4 grandes rubros que están orientados textualmente a:
  • lograr la presencia de la autoridad democrática y de los servicios del Estado en todo el territorio, recogiendo y respetando la organización popular, las identidades locales y la diversidad cultural, y promoviendo la participación ciudadana.
  • afianzar una institucionalidad democrática, basada en el liderazgo del poder político, para la defensa nacional y el mantenimiento del orden interno.
  • la reforma del sistema de administración de justicia, para que cumpla efectivamente su papel de defensor de los derechos ciudadanos y el orden constitucional.
  • la elaboración de una reforma que asegure una educación de calidad, que promueva valores democráticos: el respeto a los derechos humanos, el respeto a las diferencias, la valoración del pluralismo y la diversidad cultural; y visiones actualizadas y complejas de la realidad peruana, especialmente en las zonas rurales.
A partir de estos cuatro pilares se arma el andamiaje de las recomendaciones de la CVR. Como se puede observar hay un gran derroche de lirismo. Proponen nuevas leyes y cambios constitucionales, incluyendo la creación de nuevos organismos burocráticos. Se propone por ejemplo:
  • Inclusión de derechos individuales y colectivos en el texto constitucional.
  • Definición del Estado Peruano como una Estado multinacional, pluricultural, multilingüe y multiconfesional.
  • Interculturalidad como política de Estado. En función de ello debe quedar establecida la oficialización de los idiomas indígenas y la obligatoriedad de su conocimiento por parte de los funcionarios públicos en las regiones correspondientes.
No vale la pena adentrarnos más en el detalle de estas recomendaciones que buscan incluso poner la inteligencia militar bajo el control civil, cambiar el plan de estudios de las FFAA para que se incluyan los DDHH y la defensa de la vida como pilares de su accionar, y modificaciones en la estructura judicial y penitenciaria. La gran mayoría de estas recomendaciones son tan líricas que han sido ignoradas, empezando por ese ridículo "compromiso" que se pide firmar entre todos para rechazar el uso de la violencia. Algunas leyes, como la de partidos políticos, se han dado por la propia inercia de la política peruana antes que por acatamiento de las recomendaciones de la CVR. 

Lo que debe llamarnos la atención es que el enfoque de la CVR esté orientado única y exclusivamente al Estado, como si el fenómeno subversivo y terrorista se hubiera iniciado en el Estado. Más allá del Estado la CVR no distingue nada. En realidad la subversión se inició en los sindicatos, en especial en el sindicato de maestros, y luego en las universidades abandonadas a su suerte con el desgobierno implantado por las reformas velasquistas. Pero sorprendentemente la CVR no hace una sola recomendación en estos campos. No nos dice absolutamente nada de cómo enfrentar la influencia de ideologías extranjeras y universales que conquistan mentes para ponerlas al servicio de intereses foráneos y regionales, como las que movieron a los grupos políticos de izquierda en el siglo pasado, respondiendo a los dictados de Cuba, URSS o China. 

¿Qué ha recomendado la CVR para evitar que las universidades sigan siendo el eje del adoctrinamiento? ¿Qué ha recomendando la CVR para impedir que los maestros sigan siendo utilizados como bases del fundamentalismo político subversivo de izquierda? ¿Qué ha recomendado la CVR para impedir que las potencias extranjeras con pretensiones imperiales ejerzan su influencia en nuestro país solventando grupos y partidos políticos? ¿Qué ha recomendado la CVR para impedir que las ONGs sean instrumentos del accionar subversivo tras la fachada de la defensa de los DDHH o del medio ambiente, en un accionar coordinado internacionalmente? ¿Qué ha recomendado la CVR para que los terroristas excarcelados por cualquier motivo no vuelvan a la función pública ni a la política? Nada. Absolutamente nada.

Entonces no debería llamarnos la atención que el monstruo del terrorismo vuelva a levantar la cabeza y empiece a respirar nuevamente. No nos extrañemos pues si la subversión terrorista emerge al cabo de 20 años y una nueva generación de adeptos a esas viejas ideas de izquierda marxista empieza su accionar. Esa izquierda defensora de la CVR que se solaza en la condena de Alberto Fujimori debe explicarle al país por qué el senderismo regresa a pesar de la maravillosa labor de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. El Perú merece una explicación.


Notas

1.- Decreto Supremo N° 065-2001-PCM, art. 2, d)
2.- Informe Final de la CVR, Tomo IX, Cuarta Parte, Cap. 2.1

viernes, 28 de marzo de 2014

Mentiras y miserias de izquierda


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Una vez más la historia y la realidad se encargan de arrojar al tacho de basura un proyecto de izquierda. En esta ocasión no ha tardado tanto. La nueva aventura bautizada como "socialismo del siglo XXI" llega ya a su fin en medio de un mar de petrodólares y con toda su retórica estridente y sus líderes de pacotilla elevados a la categoría de dioses. Lo que estamos viendo ahora en Venezuela es la debacle de la más moderna versión de la izquierda delirante. Aunque cargaba con las mismas perversiones mentales de antaño lucía la única novedad de haber llegado al poder por los votos y no por las armas, como dictaba su programa original.

Hace medio siglo la izquierda inició su camino de locura empuñando las armas, dispuesta a destruir lo que llamaba el "Estado burgués". Intoxicados por ideología aberrante, no solo despreciaban al Estado sino al sistema democrático, y prácticamente a todo lo que había en este mundo, desde la empresa privada y la iglesia hasta la cultura del consumismo. Todo era malo y nefasto, fruto de una cultura del pecado que había que incinerar en el fuego purificador de la revolución para fundar un nuevo mundo con un nuevo hombre. Ese lírico objetivo lo justificaba todo, incluyendo el asesinato masivo, pues las vidas humanas no significaban nada comparado con el paraíso de la tierra prometida del socialismo redentor. Había que pagar el precio.

La demencia de izquierda consistía en creer que la lucha armada era la gran solución para lograr el establecimiento de un nuevo orden económico y social que, según su trasnochada visión, sería el mundo perfecto, donde reinaría la justicia social. Así fue como empezaron la carnicería salvaje de las guerrillas, el sabotaje y el terrorismo a gran escala, llenando de sangre y muerte varios países del continente, incluyendo el Perú. Todo estaba plenamente justificado por una ideología abstrusa que giraba en torno de entelequias como "pueblo", sustentada en una retórica barata repleta de palabrejas repetidas hasta la náusea, como "justicia social". Entre tanto los grandes genocidas de izquierda, como el Che Guevara, eran endiosados y convertidos en objeto de culto. Todo eso fue parte de la epidemia más grande de imbecilidad y estupidez que haya dominado jamás el continente latinoamericano.

También hubo otra izquierda que, sin renegar de su doctrina de violencia, decidió "hacerle el juego a la burguesía" e infiltrarse en el "Estado burgués" para combatirlo desde adentro. Así fue como varios líderes de izquierda se hicieron diputados y senadores. La izquierda infiltrada no hizo más que obstaculizar la misión de las FFAA en el combate a las guerrillas y al terrorismo, así como interceder por terroristas o promover leyes que entorpecían la acción policial y el tratamiento judicial de los terroristas bajo la excusa de los derechos humanos. Por fortuna estos desquiciados fueron derrotados en todos lados y muchos de ellos encarcelados. Sin embargo, poco después la debilidad de los nuevos estados democráticos facilitó que muchos fueran excarcelados para disfrutar de una nueva vida de lujos en el exilio dorado. En el Perú formaron rápidamente la CVR con el objetivo fundamental de limpiar la imagen de la izquierda, tergiversar la verdad del terrorismo y enjuiciar al Estado y al gobierno de Fujimori convirtiéndolos en los "verdaderos terroristas".

La izquierda tuvo mucho éxito entre los jóvenes con el argumento falaz de que somos esclavos del capitalismo, de las empresas privadas y del "imperio norteamericano". Más que un aporte del marxismo esto fue una maquinación del comunismo soviético, montado hábilmente en medio de la Guerra Fría. Así fue como esa gran masa de idiotas que configuró la izquierda latinoamericana, ansiosa de "revolución histórica" y "lucha por la liberación del pueblo" se tragó el cuento de que la lucha era contra los EEUU, y se convirtieron en soldados del imperio soviético que realmente esclavizaba países enteros sin mostrar ningún respeto por la especie humana. Ya habían construido el vergonzoso muro de Berlín para impedir que la gente huyera del paraíso comunista y ametrallaban sin escrúpulos a los que osaban cruzarlo. Las personas del bloque socialista quedaron apresadas en sus propios países y sometidas a una dictadura feroz, sin derechos elementales.

Cuba se sumó a la lista de países esclavos del bloque soviético. No necesitaron construir ningún muro pero la gente igual se lanzaba al mar infestado de tiburones para escapar de ese infierno maldito del comunismo. Se hizo común que los artistas y deportistas cubanos de gira internacional desertaran pidiendo asilo, por lo que esas giras se redujeron a lo indispensable y siempre acompañadas por seguridad del Estado. Además el régimen castrista recurrió al chantaje para evitar las deserciones: los parientes del desertor eran sometidos a "tratamiento especial" en Cuba, tanto por parte de las turbas adiestradas por el régimen para delatar y castigar la disidencia, así como por el propio gobierno. La casa de los disidentes o desertores era cubierta de pintura y basura, los familiares eran llamados "gusanos" y cambiados a los peores empleos.

En lo único que fueron buenos los comunistas fue en montar espejismos. El país era cubierto de gigantescos carteles que pregonaban el éxito del socialismo, mostraban a sus líderes como dioses y el lenguaje se llenaba de clichés revolucionarios. Sin embargo la realidad era insobornable. Todos los países comunistas sin excepción decayeron hacia la miseria. Cuando la URSS, la madre nodriza del sistema, reventó como una pompa de jabón, el bloque entero se vino abajo. En la China solo la muerte de Mao Tse Tung permitió dar un giro hacia la racionalidad y abandonar la locura del comunismo. Para mediados de los 80 el 60% del mundo estaba gobernado por un régimen socialista de algún tipo, incluyendo modelos tribales africanos hasta los islámicos de oriente medio.

La pesadilla del comunismo acabó formalmente el 9 de noviembre de 1989 cuando la gente derribó el muro de Berlín. Una fecha que la historia ya ha registrado como un hito de la existencia humana. Entonces pareció que al fin el mundo recuperaba la cordura. Los principales países eran gobernados por gente sensata que rectificó sin miedo los errores de la izquierda delirante. Tanto Ronald Reagan como Margaret Thatcher se convirtieron en líderes indiscutidos del mundo. También Mijail Gorvachob, el último jerarca soviético jugó un papel fundamental con las reformas radicales que impuso en la URSS. Algo tan simple como la libertad de expresión fue suficiente para que la URSS estallara por sí sola. Por fin parecía que el mundo entraba en razón y superábamos una era absurda de enajenación mental ideológica.

Pero como la estupidez humana es infinita y Latinoamérica es el paraíso de los idiotas, poco después salió a la luz un nuevo experimento socialista conocido como "socialismo del siglo XXI". La iniciativa surgió de un esperpento humano llamado Hugo Chávez, digno representante de la casta de lunáticos gobernantes que han hecho famosa a Latinoamérica. Una mezcla de cómico ambulante y dictador caribeño con uniforme militar y delirios de grandeza histórica, un charlatán empedernido que llenaba su ignorancia con frases de cliché. Saltó a la fama tras un intento de golpe a un gobierno democrático en un país con una larga tradición democrática como Venezuela. Liberado de la cárcel se presentó a las elecciones y gracias a sus encendidos y desaforados discursos ganó la presidencia jurando no ser socialista, respetar la empresa privada y no pretender quedarse en el poder. Al final hizo todo lo contrario. 

Hugo Chávez Frías se inscribe en la linea de gobernantes típicos de una Latinoamérica de fábula. A partir de la intrascendencia real de su persona y sus limitaciones intelectuales, pero gracias a la incandescencia de su verbo y una mente delirante como únicos recursos, supo erigir un mito y una marca política que trascendió sus fronteras. La suerte estuvo de su lado en todo momento. Ya dueño del poder y como todo buen militante de izquierda desató sus delirios y las emprendió contra todo y contra todos. Nadie quedó libre de su crítica feroz ni de sus odios clasistas. Todo lo que había estaba mal y había que eliminarlo o cambiarlo. Todos eran enemigos del pueblo, desde los empresarios hasta la Iglesia. Pero sus delirios iban más allá de Venezuela pues también el mundo estaba mal y había que reformarlo. El enemigo, para variar, era EEUU.

Rescatado por sus compañeros de armas tras un intento de golpe empresarial, Hugo Chávez retomó el poder con más furia. El alza desmesurada del precio del petroleo que pasó de 9 dólares a 180 le dio la solvencia económica que necesitaba para hacer lo que le venía en gana. Y así lo hizo. Emprendió su locura socialista sin control. Se alió con Cuba para recibir asistencia política y fue armando su imperio socialista a base de apoyos económicos y petroleros a países de la región. No tuvo escrúpulos para comprar aliados con dinero en efectivo. Total, dinero era lo que le sobraba. Desde el principio se encargó de capturar a la gallina de los huevos de oro: PDVSA. Con la chequera en mano Hugo Chávez estatizaba cuanta cosa le venía en gana, desde empresas hasta tierras. 

Las estatizaciones fueron usadas como parte del show y propaganda política. Lo hacía en vivo, durante su programa televisivo llamado por teléfono al director de un banco para darle el ultimátum. También paseándose por las calles y señalando los edificios a estatizar. Hizo famosa su frase: ¡exprópiese! Su objetivo era tener el control absoluto de toda la economía en sus manos, para lo cual fabricó la ley más absurda de la economía: la ley de costos y precios justos. Inició la construcción de viviendas para repartirlas entre la población, abrió hospitales con médicos cubanos para atender gratuitamente a los pobres, incorporó millones de personas a la planilla del Estado como pensionistas o empleados parásitos. Con todo eso aseguró una amplia base social que lo empezó a idolatrar y le aseguraba los triunfos electorales.

Como discípulo aplicado del castrismo, Hugo Chávez aplicó la receta cubana de control total del Estado. Convirtió al Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, en réplica del Partido Comunista de Cuba y lo utilizó para copar todos los poderes del Estado con sus militantes, desde el Congreso hasta el Tribunal Supremo de Justicia y el Concejo Nacional Electoral. Era realmente ridículo que la dictadura cubana fuera el modelo a seguir en una supuesta democracia, como se empeñaban en llamar a lo que había en Venezuela. De hecho la democracia dejó de existir. Lo único que valía en Venezuela era la voluntad de Hugo Chávez, como ocurrió en Cuba cuando Fidel Castro se impuso como dictador absoluto y como ocurrió en la URSS, en la China de Mao, en Corea del Norte y en cualquier país gobernado por un demente del socialismo. 

El resultado final de ese esperpento llamado "socialismo del siglo XXI" no podía ser otro que el desastre. Las miles de empresas estatales no rinden. Algo que cualquiera con dos dedos de frente sabe bien, sobre todo luego de haber observado la caída del comunismo mundial y el desastre cubano. La espantosa burocracia generada se convierte en una incontrolable plaga de corrupción generalizada. Los rígidos controles de la economía estatizada asfixian al país en trámites absurdos, escasez de divisas y desabastecimiento. Pese a la garantía económica que ofrece la inagotable riqueza petrolera, el aberrante esquema de una economía estatizada y controlada hacen inviable la existencia y el desarrollo del país. 

Llamar democracia a lo que hay en Venezuela es tan falso y ridículo como llamar democracia al régimen cubano cuya dictadura ya superó el medio siglo. Pero la izquierda ha perdido hace tiempo el sentido del ridículo y de la realidad. Apelan al relativismo para estirar los conceptos hasta que les cubran la desnudez y la vergüenza. En la última cumbre de la CELAC (ese adefesio inventado por Hugo Chávez para eludir a los EEUU y meter a Cuba, pese a su condición de dictadura) no han tenido empacho en afirmar que cada país es libre de montar su experimento social y político sin que nadie se entrometa, pase lo que pase. La doble moral no les impidió entrometerse en Paraguay y en Honduras cuando los presidentes monigotes del chavismo fueron removidos de sus cargos mediante procedimientos constitucionales, pero ahora exigen en voz alta respeto por la autonomía venezolana invocando la no intervención en asuntos internos. Llaman golpismo a las legítimas protestas de un pueblo harto de miseria, controlismo estatal, falta de libertad y cansados de burocracia corrupta. 

Por ahora puede que el socialismo del siglo XXI en Venezuela logre mantenerse en pie gracias a dos factores clave: la represión brutal a cargo de la GNB y las bandas civiles armadas como los tupamaros; y la indiferencia y cobardía de los gobiernos de la región, sobornados por dinero chavista, como Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú. De otro lado, EEUU es un país dependiente del petroleo venezolano y difícilmente se atreverá a montar un bloqueo económico como lo hizo con Cuba alegando falta de democracia. En tales condiciones el pueblo venezolano está realmente solo. No queda más que esperar un milagro como que algún sector de la FANB deponga al dictador mediante un golpe de Estado, algo que es poco realista dado el nivel de dependencia que los militares tienen de la corrupción del régimen. 

En el peor de los escenarios Venezuela podría mantener su actual situación de crisis indefinidamente, como ha ocurrido en Cuba. Poco importa ya que las empresas empiecen a cerrar e irse de Venezuela. En los últimos doce años han cerrado o se han ido de Venezuela cerca de diez mil empresas. Mientras tengan el dinero del petroleo y la complicidad de los militares, el régimen puede mantenerse a tiros. Los muertos se irán sumando y pronto empezarán a ser ocultados. Ante la pasividad internacional el régimen de Maduro cobrará más fuerza y nada impedirá que inicien una represión masiva incluyendo campos de concentración. Los líderes de oposición serán defenestrados de sus cargos y encarcelados uno a uno. Finalmente quedará una dictadura sin máscara. Y entonces veremos si Latinoamérica se indigna o le sigue el juego con retórica barata de corte diplomático, como la que que ha permitido hasta ahora la sobrevivencia de la vergonzosa dictadura cubana. 

Lo cierto es que el pueblo venezolano, por lo menos esa mitad que no vive de las dádivas del chavismo, está a merced de la represión. Los guardias chavistas no tienen escrúpulos para disparar a los edificios desde donde suenan los cacerolasos y se escuchan los insultos contra la dictadura. El lumpen chavista motorizado actúa con total impunidad contando con la complacencia del régimen y la GNB. Ellos son los que disparan a mansalva asesinando a cualquiera solo para dejar el mensaje claro de que no tolerarán oposición ni marcha alguna en contra de Maduro. Igual que en Cuba, la sociedad venezolana acabará acostumbrada a la miseria, la escasez, las amenazas y dádivas del gobierno, sometida a un régimen totalitario liderado por un lunático. Es decir, la imagen propia de cualquier socialismo.