viernes, 31 de enero de 2014

El liberalismo teórico de Mario Vargas Llosa


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez


Mario Vargas Llosa dice en su último artículo (Liberales y liberales) que las personas y los conceptos varían en el tiempo y lugar. De eso no cabe la menor duda, sobre todo observando las variaciones que ha ido sufriendo en el tiempo, pero también en cada lugar, el Nobel de Literatura peruano. De ser en los 60 uno más de los incontables ilusos que aplaudieron la revolución cubana creyendo que los barbudos "liberaban" un pueblo, pasó a ser un crítico de la dictadura castrista. Hasta allí podríamos decir que tuvo una actitud valiente al ir en contra de la corriente general del idiotismo progresista latinoamericano, que durante los últimos 30 años del siglo pasado solo tuvo una fanática actitud de adoración infantil hacia la felonía castrista. Mario Vargas Llosa llegó así a convertirse, por un lado, en una de las voces más respetadas, y por el otro, en uno de los personajes más odiados del progresimo, hasta hace poco.

Tal como ha reconocido al decir que las personas y los conceptos cambian en el tiempo y según el lugar, Mario Vargas Llosa ha ido perdiendo su brillo en esa noble tarea de combatir la tiranía de la estupidez ideológica, que es la peor de todas pues subyuga las mentes y engaña generaciones enteras. Desde hace unos pocos años viene haciendo concesiones al progresismo, pero fundamentalmente en el Perú. Nuestro Nobel ha perdido el brillo intelectual porque ha mezclado la lucha de las ideas con las broncas personales, en un afán de lucimiento individual en el que procura deslindar con quienes han hecho el trabajo sucio de combatir al progresismo y al comunismo en el mismo campo de batalla, ganándose con ello una mala reputación, como son los casos que menciona de Augusto Pinochet y Alberto Fujimori, personajes que no enfrentaron a un inocente progresismo citadino y académico en el mero campo de las ideas desde la distancia de un foro, como acostumbra Mario Vargas Llosa, sino que combatieron a verdaderos regímenes comunistas armados que estaban ad portas de apoderarse del país, o ya lo habían hecho. Lo que al ilustre pensador le falta descubrir es que las cosas no solo cambian en el tiempo y lugar sino también cuando se pasa de la idea a la praxis. Hay una gran diferencia entre ser un teórico lírico y pisar tierra firme, es decir, que hay mucha distancia entre vivir en el mero mundo de las ideas y tener que actuar en los hechos reales.

Por supuesto que es más cómodo mantenerse alejado del hedor que despiden quienes sacan la basura y hacen todo el trabajo sucio en un mundo que está infectado de toda clase de males y alimañas. Es mucho más cómodo condenar desde una torre de marfil la falta de ética y moral que estos personajes tuvieron que asumir en el campo de batalla. Poco importa si al final pacificaron sus países y los enrumbaron por un claro sendero de desarrollo, donde ya es factible hablar de derechos y otras exigencias sociales. Pero resulta aun más mezquino vivir con un odio personal durante más de 20 años como el que Mario Vargas Llosa mantiene hacia Alberto Fujimori desde su derrota electoral en 1990. Esto ya no es una cuestión ideológica y ni siquiera moral sino psiquiátrica. ¿Acaso el Perú no se recuperó de sus males durante los años 90? ¿No superó la hiperinflación? ¿No liquidó al terrorismo? ¿No ordenó la economía colocando al Estado detrás de la sociedad? ¿No es verdad que no ha dejado de crecer desde entonces?

Dice Mario Vargas Llosa en este mismo artículo que a las personas y partidos hay que juzgarlos por lo que hacen y no por lo que dicen. Juzguemos pues a Mario Vargas Llosa por lo que ha hecho más que por lo que sigue diciendo. Ya veremos luego que es, además, un mar de contradicciones en lo que dice. No vayamos tan lejos. Hace solo un par de años, en plena campaña electoral del Perú, Mario Vargas Llosa no tuvo ningún reparo en apoyar a Ollanta Humala en contra de Keiko Fujimori. Es decir, prefirió apoyar al candidato de la izquierda y de Hugo Chávez para oponerse a alguien que tenía el terrible estigma de llevar el apellido Fujimori.

No hace falta decir que un literato como MVLL recubrió su cuestionable decisión con una melosa cháchara en torno a la moral, refiriéndose a la gente que estaría detrás de Keiko Fujimori, a quien llamó "la hija del dictador". Nadie escoge a sus padres ni tiene por qué cargar con los errores cometidos por sus padres. En el plano personal Keiko Fujimori no tenía nada de qué ser acusada, cosa que no ocurría con Ollanta Humala, un personaje muy cuestionado desde que apareció de la nada montando una ridícula asonada militar que, según todos los indicios, solo sirvió para cubrir la fuga de Vladimiro Montesinos. A eso habría que añadirle las muy graves acusaciones de los pobladores del caserío de Madre Mía, que señalan a Ollanta Humala como autor de delitos contra los derechos humanos en su función militar. Este caso finalizó con la escandalosa compra de testigos. A todo esto hay que añadir el rol de Ollanta Humala como felón del chavismo y finalmente como mascarón de proa de la izquierda delirante.

Mario Vargas Llosa no puede explicar su apoyo a Ollanta Humala con un argumento de moral. Nadie vota por el pasado sino por el futuro. Así que juzgando a Mario Vargas Llosa por lo que hace vemos que tiene unas incongruencias muy grandes, como la que protagonizó al renunciar al diario El Comercio en plena campaña electoral porque este diario apoyaba a Keiko Fujimori. Lo que hizo MVLL fue acusar de parcializado al diario y se fue a La República, un diario progresista que apoyaba abiertamente a Ollanta Humala mediante una guerra sucia y tenaz, plagada de mentiras montadas por todos los sectores de izquierda. Esta fue sin duda la decisión más ridícula de Mario Vargas Llosa, pues no tuvo justificación válida alguna más que el berrinche en contra de Fujimori y una clara intolerancia a la posición del diario. Hoy todavía permanece con esa ojeriza contra el diario El Comercio acusándolo de acaparamiento, y sumándose así al coro progresista que ha montado una campaña contra el principal diario del Perú.

Frente a todos estos hechos debemos preguntarnos si Mario Vargas Llosa tiene autoridad para pretender erigirse como una voz liberal. Al menos podemos ver que ya ha sido retirado de algunos foros liberales. No se puede predicar una cosa y hacer otra. Pero incluso en su prédica MVLL resulta inconsistente. Por ejemplo cuando critica a los liberales:

"De esta desnaturalización de lo que es la doctrina liberal no son del todo inocentes algunos liberales convencidos de que el liberalismo es una doctrina esencialmente económica, que gira en torno del mercado como una panacea mágica para la resolución de todos los problemas sociales".

Este es un típico discurso propio de los críticos del liberalismo. Se trata de un razonamiento infantil según el cual es posible separar lo económico de lo social, como si fueran bolitas de diferente color. No solo creen que es posible sino necesario. Hay un cúmulo de progresistas, a los que Mario Vargas Llosa se ha sumado, que se empeñan en separar lo social de lo económico, señalando en grandes rasgos que todo lo social es bueno y todo lo económico es malo. Ridículo enfoque porque en los hechos reales no existe manera de diferenciar uno de otro. Todo lo que el hombre hace es, finalmente, un hecho económico, incluso cuando no hace nada. Y claro que este es un aspecto fundamental de la existencia humana. Lo económico y lo social son tan solo dos maneras diferentes de llamar a lo mismo. Solo en la mente progresista es posible separar ambas cosas para condenar al mercado y al neoliberalismo. Y ahora el Nobel se suma al coro.

Pero lo contradictorio de Mario Vargas Llosa resalta cuando embiste contra del odiado diario El Comercio porque una compra de acciones "le otorga casi el 80% del mercado de la prensa". Ahora sí el mercado es importante. El problema de MVLL es que él se ha quedado escribiendo, por propia decisión, en un diario que no tiene mayor lectoría. Pero ni siquiera se toma la molestia de analizar que ese supuesto 80% del mercado son las ventas y no la prensa. Los 8 diarios sobre los que El Comercio tiene acciones se reparten entre diarios diversos que son de noticias generales, deportivos, económicos y faranduleros, compitiendo limpiamente con otros muchos medios existentes tratando de conseguir la preferencia del público, en un mercado que por ahora es libre, pero que podría pasar a ser regulado por el Estado si voces progresistas encabezadas por el mismo diario La República, además del propio Mario Vargas Llosa, tienen éxito.

Para redondear la faena de su contradictorio artículo, Mario Vargas Llosa pega este texto general, sacado de alguna enciclopedia elemental de liberalismo:

"Hay ciertas ideas básicas que definen a un liberal. Que la libertad, valor supremo, es una e indivisible y que ella debe operar en todos los campos para garantizar el verdadero progreso. La libertad política, económica, social, cultural, son una sola y todas ellas hacen avanzar la justicia, la riqueza, los derechos humanos, las oportunidades y la coexistencia pacífica en una sociedad. Si en uno solo de esos campos la libertad se eclipsa, en todos los otros se encuentra amenazada".

Así es: la libertad es una sola. No hay manera de separar lo económico de lo social. Es una sola. El gran problema mental de Mario Vargas Llosa es que a lo largo de su azarosa existencia ha llegado a acumular en el Perú tantos amigos y enemigos que ya no sabe en qué dirección opinar, pues en estos tiempos tiene más amigos progresistas que liberales. Su decisión conflictiva de apoyar a la izquierda por oponerse al fujimorismo tirando al tacho medio siglo de convicciones ideológicas por motivaciones psicológicas de odio y resentimiento han terminado por confundirlo mentalmente. Hoy ya no sabe si ser crítico del progresismo o del liberalismo, por lo que termina asumiendo un rol crítico de todos desde una posición moralista, que es, como ya sabemos, el papel más fácil que cualquier persona puede asumir, especialmente cuando nunca tiene que actuar. Mario Vargas Llosa solo pisó tierra en la campaña electoral de 1990 y supo de cerca lo que es la política. Entonces poco le importó que toda la gran prensa lo apoyara abiertamente. De esa corta pero traumática experiencia solo le queda el resentimiento.

Las críticas que MVLL hace contra algunos líderes mundiales -incluyendo a personajes de la talla de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, quienes tampoco se libran de la condena del Nobel- debería dirigirlas contra sí mismo. Una cosa es tener ideas liberales y otra tomar decisiones complejas. Una cosa es ser un académico liberal y otra tener la responsabilidad de conducir una nación, con todas las complejidades que nos plantea la existencia humana. No se puede cuestionar el gran papel que jugaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en la lucha contra las equivocadas ideas marxistas que en su tiempo parecían dominar el horizonte de la humanidad con invencible fulgor. Ambos fueron los artífices de un cambio de mentalidad fundamental y empujaron al comunismo hacia el abismo final para su inanición. Si eso no es un gran logro liberal ¿qué lo es para este Nobel de Literatura andino? Es muy cómodo ser un teórico del liberalismo sin jamas haber tenido que tomar una decisión concreta sobre los destinos de una nación o sobre el mundo entero. Asumir la postura del francotirador universal que desde su torre de marfil de la ética juzga a los demás por sus actos es una postura, por lo menos, cobarde si no infantil. En los últimos tiempos Mario Vargas Llosa ha dedicado su pluma en mayor medida a criticar al liberalismo y a venerar al progresismo latinoamericano, como hizo en su artículo titulado "El ejemplo uruguayo". 

Hay que hacer una reflexión final acerca de las posibilidades reales de montar las ideas de la libertad en una sociedad amenazada siempre por el totalitarismo progresista, por sectores convencidos de que el mundo sería mejor controlado por unos pocos iluminados desde las alturas de un Estado poderoso, que se ocupe de repartir la riqueza de manera igualitaria. Esas nobles y dulces ideas que conquistan con suma facilidad las mentes más débiles, deben ser confrontadas con claridad y coherencia. Nadie puede ser un líder del pensamiento liberal coqueteando con el progresismo, apoyando sus campañas y combatiendo a los que defienden las ideas de la libertad. Mario Vargas Llosa ha dejado ya, hace algún tiempo, de representar a las ideas del liberalismo y al ideal de la libertad.

Mario concluye su enrevesado artículo con declaraciones teóricas que sin duda no aplica en sus análisis y acciones políticas:

"Estas y otras convicciones generales de un liberal tienen, a la hora de su aplicación, fórmulas y matices muy diversos relacionados con el nivel de desarrollo de una sociedad, de su cultura y sus tradiciones. No hay fórmulas rígidas y recetas únicas para ponerlas en práctica. (...) la difícil tolerancia ...debería ser la virtud más apreciada entre los liberales. Tolerancia quiere decir, simplemente, aceptar la posibilidad del error en las convicciones propias y de verdad en las ajenas".

Tolerancia que MVLL no practica. En efecto, no hay fórmulas mágicas ni universales. Una cosa es tener ideas liberales y otra, gobernar un país complejo en el que se deben tomar decisiones puntuales. La filosofía liberal puede servirnos de guía general, pero en la política a veces hay que torcer el rumbo para mantener el objetivo, tal como hace un conductor que sabe hacia dónde va pero que debe seguir los vericuetos del camino, a veces salirse del camino y hasta enfrentar asaltantes armados. Lo importante es mantener el objetivo final hacia la libertad y dejar un rumbo firme y duradero de progreso. Siempre es la realidad la que debe marcar nuestro paso. Es lo que hace un liberal a diferencia de los progresistas que prefieren su idealismo dejando de lado la realidad. No podemos juzgar un gobierno por cada decisión tomada, sobre todo cuando se tuvo que desarrollar en las peores condiciones históricas posibles, enfrentando enemigos reales y no solo ideas. A los gobiernos se les debe juzgar finalmente por el rumbo general de progreso o de miseria que dejaron a la nación. ¿Quién se ocupa hoy de las decisiones cuestionables que tuvieron que adoptar Napoleón o Bolívar? ¿Tiene esto sentido? Escudarse en la moral para señalar fallas y sacar provecho político o vivir amargado y envilecido por un trauma electoral es propio de los cobardes que no están a la altura de la historia.

Me parece que Mario Vargas Llosa ha terminado preso de su propia telaraña. Su decisión de apoyar en el Perú a la izquierda por oponerse al fujimorismo lo ha llevado a tener que sostener opiniones discordantes con el liberalismo. Es cierto que los liberales mantenemos divergencias sobre diversos temas como el aborto, la iglesia, el matrimonio gay y hasta la tauromaquia, pero sabemos bien quiénes apoyan la libertad y quiénes apuestan por el control del Estado. Por desgracia MVLL ya ha perdido hasta estos elementales signos de reconocimiento.  

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